Buscando en la hemeroteca me encuentro
con el Clarín del domingo 7 de octubre de 2001.
En letras de molde y con volanta de "informe especial"
nos avisaba de una tendencia: "El voto bronca".
Han pasado más de dos décadas
y aquel grito mudo sigue resonando. El sistema lo metabolizó,
lo convirtió en estadística y lo usó
como excusa para no cambiar nada. Votar en blanco no es
un golpe al poder, es un alivio para él: lo legitima
sin exigirle respuesta. La abstención no hiere
a quienes mandan; lastima a quienes deberían mandar:
los ciudadanos.
En la historia, los pueblos no se liberaron
callando, sino diciendo. No fue el silencio el que abrió
revoluciones, fue la palabra, el acto, el compromiso.
Creer que el vacío es protesta es como pensar que
un suspiro derrumba un muro.
La bronca, si no se organiza, se vuelve
mansedumbre. Y la mansedumbre es la argamasa de todos
los sistemas que dicen caerse pero nunca caen.
Elecciones bonaerenses:
final de foto y mesas movedizas
A menos de un mes de las legislativas provinciales del
7 de septiembre, las encuestas pintan un escenario cabeza
a cabeza en Buenos Aires. La última, de la consultora
Proyección, muestra a Fuerza Patria con 38,1% y
a La Libertad Avanza con 37,3%, una diferencia menor al
margen de error. Traducido: empate técnico.
La pelea es territorial. Los libertarios
marcan ventaja en la Primera Sección y en el interior,
mientras que el peronismo unido domina la Tercera, su
histórico bastión. En el resto de las secciones,
la cosa se reparte y cualquier diferencia mínima
puede inclinar el resultado final. El resto de las fuerzas
queda muy lejos, con menos de un dígito.
En el mapa electoral se juegan bancas
clave para el Senado y Diputados provinciales. El peso
de cada sección es desigual, y la Primera y la
Tercera concentran más del 70% del padrón,
lo que explica por qué allí la disputa es
más intensa.
Fuera de las cifras, muchos votantes descubren
que este año les tocó mesa en un barrio
distinto, a veces a kilómetros de su casa
salvo en La Matanza, donde la geografía electoral
parece tan inmóvil como su poder político.
Y así, entre mudanzas de mesas,
promesas que flotan en el aire y discursos que mezclan
economía con epopeyas dignas de García Márquez,
Buenos Aires se encamina a una elección donde el
realismo mágico podría ser la verdadera
fuerza ganadora.
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