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Cuando el miedo se sienta en el aula


Segunda parte de una historia que ya no sorprende, pero sí duele

 

La preocupación crece: ya se registraron 15 casos de violencia en aulas bonaerenses en lo que va del año.
Peleas, amenazas y armas en mochilas se repiten con alarmante frecuencia en colegios de la provincia. Varios establecimientos fueron escenario de episodios violentos con menores de edad como protagonistas.
El más reciente -en Escobar- replica lo vivido días atrás en Maschwitz, Campana y Florencio Varela. Las escuelas activan protocolos, la policía patrulla las puertas y la Justicia investiga. Pero mientras se multiplica el miedo, la pregunta se vuelve urgente: ¿qué nos está pasando?


13 de abril de 2025

Autor | @jorgecarusso

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La seguidilla de amenazas, planes macabros y armas en mochilas continúa revelando una realidad tan escalofriante como repetida. Ya no se trata de episodios aislados ni de "casos particulares". Lo que hasta hace poco parecían escenas importadas de series estadounidenses, hoy tienen código postal argentino.

A días de conocerse el intento de tiroteo en Ing. Maschwitz, otro hecho encendió las alarmas en Escobar, con una amenaza similar en la Escuela Media N° 2. Como en un guion ya escrito, la denuncia llegó por WhatsApp, el miedo corrió por los pasillos y la policía se instaló en la puerta. Todo como ya lo vimos, todo como si fuera parte de la rutina escolar.
Pero no lo es.

No lo es que una chica de 16 años lleve 150 balas en su mochila en Florencio Varela. No lo es que en Campana se organice un ataque por grupo de chat, ni que los mensajes digan: "persona que vean, persona a la que disparan". No es normal que hablemos de "custodia escolar" como si fuera parte del reglamento.

De la anécdota al síntoma

Los hechos ocurren. Pero más allá del registro policial o judicial, lo que asusta es la frecuencia. Lo que interpela es la profundidad.
Cada episodio no es una anécdota: es un síntoma. Y como tal, no alcanza con el patrullero en la puerta ni con una circular de la dirección.
La violencia se está colando por las hendijas del sistema educativo, a veces de manera silenciosa, otras con una crudeza brutal.

Cada caso activa protocolos, reuniones de padres, carpetas judiciales.
Pero lo que falta es tiempo: tiempo para escuchar, tiempo para contener, tiempo para intervenir antes del estallido.
Quizás más que mirar hacia adelante, haya que interpelar hacia atrás y preguntarnos: ¿qué hicimos mal? ¿Qué ejemplo no fue el adecuado? ¿Qué señales desoímos?

Ni villanos ni monstruos: chicos

No estamos ante "psicópatas en potencia". Estamos ante adolescentes con dolores no dichos, con rabias sin cauce, con soledades amplificadas por pantallas que anestesian la empatía y distorsionan la realidad.
Es más: creo que la realidad les pesa. Es demasiada, y no alcanzan a comprenderla en plenitud.

Chicos que aprenden a expresar su bronca con las herramientas que el mundo adulto les puso a la vista: armas, amenazas, violencia.

Y ahí estamos nosotros, los adultos. Corriendo detrás de los hechos, emparchando con comunicados lo que requiere vínculos.
Hablando de "contención" como si fuera un trámite, mientras la escuela -esa institución desgastada- intenta no ser un campo de batalla.
Ya casi no hay tiempo para enseñar.

Un espejo incómodo

Hace 20 años, en Carmen de Patagones, Argentina vivió su primer tiroteo escolar. Tres adolescentes murieron. Hoy, dos décadas después, seguimos reaccionando como si fuera la primera vez.
¿Qué aprendimos desde entonces? ¿Qué hicimos distinto? ¿Qué dejamos pasar?

La violencia adolescente es, en parte, el reflejo de una sociedad que no termina de hacerse cargo de sus propias heridas.
Que responde al dolor con castigo, al síntoma con silencio, al grito con indiferencia.
Y en ese contexto sigue peleando, vociferando y naturalizando la violencia como la vedette que más factura en la pantalla de toda la programación.

¿Y ahora?

Ahora, más que nunca, es tiempo de mirar. De escuchar sin prejuicio.
De acompañar antes que juzgar. Porque si no lo hacemos, no solo repetiremos estas historias: las vamos a naturalizar. Y ese será el peor de los fracasos.

Porque cuando el miedo se sienta en el aula, lo que está en juego no es solo la seguridad.
Es la posibilidad misma de educar, de confiar, de convivir.

No permitamos que el aula se convierta en una trinchera ni que el maestro sea reemplazado por un policía.
Si eso ocurre, no solo habremos fracasado en educar: habremos retrocedido a tiempos en los que la violencia y la ignorancia gobernaban y marcaban el pulso de la sociedad.

                 
 Sobre la firma:
                   @Jorgecarusso
                   Periodista - Matr 14.856 - Ley 12.908
                   El Sitio de Escobar - Fundado en 1998 - © RNPI Ley 11.723
                   Interés Municipal (462/99) - Legislativo (1728/19)


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