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ChatGPT sumará conversaciones con
contenido erótico para adultos desde diciembre.
OpenAI anunció que, a medida que se implementen
los controles de edad más ampliamente, los usuarios
verificados podrán acceder a contenido sexual explícito
dentro del chatbot de inteligencia artificial. En otras
palabras, la IA más potente del mundo comenzará
a ofrecer placer conversacional bajo supervisión
de edad.
Y ahí es donde uno se pregunta:
¿cuánto sentido tiene usar una herramienta
capaz de escribir tratados filosóficos, analizar
el clima político o programar un satélite
para hablar de sexo?
La metáfora es brutalmente simple: repartir empanadas
con una Ferrari. No porque la Ferrari no pueda hacerlo,
sino porque revela algo de quien la conduce.
Desde siempre, la humanidad ha tenido
tecnologías que superaban su comprensión,
pero pocas veces el despropósito fue tan evidente.
Hoy, con un poder de cálculo que podría
resolver problemas climáticos, educativos o sociales,
lo que hacemos -en buena medida- es pedirle a la máquina
que nos caliente la imaginación.
El exceso de potencia al servicio de la
trivialidad. La herramienta eclipsa la idea, y la curiosidad
se convierte en entretenimiento. No es un pecado, pero
sí un síntoma: el de una sociedad que corre
con un V12 por avenidas cada vez más cortas.
Ya lo intuíamos. El cine, como
buen oráculo de lo humano, venía avisando
hace tiempo. Ex Machina (2014) nos enfrentó a la
fascinación y el peligro de enamorarse de una máquina,
mientras No soy un robot, aquella joya surcoreana, nos
mostró el vacío que deja la soledad cuando
el afecto empieza a programarse. Ambas historias, en distintos
registros, nos preparaban -sin saberlo- para un futuro
que vendría por nosotros con una sonrisa digital.
Verlas hoy no es entretenimiento: es ahorrar tiempo en
comprensión.
Porque el problema no es la Ferrari,
ni siquiera las empanadas: es no saber adónde queremos
ir.
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