Opinión |
|Aniversario
de la muerte de Evita| |
Eva
Perón - Reconstruyendo el mito
26
de julio de 2024
Autor |
@jorgecarusso
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Como puedo hacer una editorial sin caer
en el pecado común de nutrirla con pensamientos
ajenos. Se dijo tanto de Eva Perón que podríamos
llenar bibliotecas enteras. De hecho las hay. Pero me
tendría que conformar con la idea de haber elegido
el texto adecuado y no terminar con un magro aporte tendencioso
o exagerado.
Buscaba un testimonio que me lleve, o intente acercarme,
a entender el sentimiento generalizado de la sociedad
en los finales de Julio de 1952.
Estamos en el límite de ir perdiendo los testigos,
el tiempo se los lleva, como lo hace con todo tarde o
temprano y a veces tan rápido que nos olvidamos
de preguntarle cosas.
Porque ya no tenemos tiempo, porque la vida es vertiginosa
y por muchas excusas más.
Ni siquiera me atrevo a llamarla "Evita", ese
nombre estaba reservado para sus seguidores: "Nadie
sino mi pueblo me llama Evita", fueron sus palabras.
¿Seré yo parte de
su pueblo o solo un atrevido que pretende poner en palabras
lo que solo tiene explicación desde lo profundo
de la mística ciudadana? Nunca lo sabré
y tiene poca importancia, desde Eva hasta hoy el pueblo
cambió y cambió en tantas oportunidades
como pudo. Lo único que no cambió fue ella.
Se lo que piensa y siente el pueblo de hoy, ese que encontró
en Eva la tabla salvadora que lo mantiene a flote en una
sociedad plagada de injusticias y calamidades. ¿Y
el otro? El que deambulaba las calles de Buenos Aires,
sin rumbo, aquel fatídico 26
de Julio de 1952.
Levanté la vista del teclado, buscando el descanso
necesario y...fue ahí, que recortada en el haz
de luz que entraba por la ventana veo a mi madre.
Con sus casi noventa años a cuesta cargaba sus
cansados huesos con el tibio calor del atardecer.
Había encontrado un testigo.
-Vos fuiste al velorio de Evita?
-Si.
-Nunca me lo habías dicho.
-Si te dije... es que vos no me escuchas cuando te hablo.
-Recordás como fue.
-Poco... fuimos con mis compañeras de la fábrica
Abraxas, también se coló tu tía
Marcela. Las filas eran interminables, mucha gente se
desmayaba. Tu tía varias veces.
Había carpas donde te llevaban a tomar algo caliente
y descansar un rato sentada, luego volvías a tu
lugar.
Cuando llegue me pare frente al féretro y la vi
a través del vidrio. Era una "muñeca
de porcelana". Podías quedarte el tiempo que
querías. Nadie te apuraba, Algunos besaban el vidrio
que era limpiado constantemente por un artista de la época.
-Quien?
-No me acuerdo.
-Que más?
-Era alguien muy conocido.
-No importa, contame algo más.
-Que cosa, como se te olvidan los nombres.
La voz de mi madre, empecinada en recordar al artista
que limpiaba el vidrio, se entremezclaba con otras voces.
Todo se puso en blanco y negro. Una fina lluvia cubría
Buenos Aires, enervada por largas colas de gente que serpenteaban
sus calles como si fueran las venas de un cuerpo agitado.
"¡Evita a muerto!... El nombre sencillo
y tierno con que siempre la designó cariñosamente
el pueblo, asume, en estos momentos, la grave resonancia
de un lamento funerario que cubre en su extensión
el ámbito del país.
La congoja pública se ha convertido en lágrimas.
Una vez mas, ese pueblo nuestro, tan profundamente emotivo
y cálido, demuestra como saber medir la magnitud
de una pérdida cuando ésta adquiere la tremenda
significación de lo que no se repara ni se reemplazara
y cuya ausencia ni siquiera puede atenuarse en la resignación,
el consuelo y el olvido.
La primera noticia se abatió sobre la muchedumbre,
que la recibió en silencio, muda expresión
del estupor colectivo. Hubo acaso hasta una íntima
resistencia a creer en la triste realidad, a rendirse
a la dura certidumbre. Se reflejó en la consternación
de la gente ese impulso de protesta sorda que experimenta
el ser humano cada vez que el destino, ciego e implacable,
descarga, sin motivo ni razón, su golpe emboscado.
Y el estupor del primer instante sucedió, ante
la evidencia de la revelación, una ola de dolor
que se ha extendido hasta alcanzar proyecciones inconmensurables.
El pueblo se halla, ahora, presente otra vez en derredor
de su ídolo. No entona hoy cantos jubilosos ni
profiere los lemas ardientes de su dicha y esperanza,
la muchedumbre que acompañó a su Evita en
las jornadas triunfales de su vida, en las entusiastas
batallas por la justicia, difundiendo en el aire, como
un alegre repique, el estribillo del diminutivo cariñoso.
Ahora están nuevamente a su lado sus queridos descamisados,
los mismos hombres y mujeres que se derramaban por calles
y plazas, vasta marejada pacífica y alegre, incontrastable
e incontenible en su fervor reivindicatorio, a cuyo frente
iluminaba el rumbo esa joven y extraordinaria adalid,
erguida en toda la estatura de su fe y de su voluntad
inquebrantable, realizada por la gracia fulgurante de
su enhiesta belleza como una antorcha encendida consumiéndose
en su propia llama.
Esta vez se aglomeran para emprender los tristes y silenciosos
desfiles de la despedida suprema, para rezar su dolor
y para ofrendar las palmas enlutadas de su sentimiento
inconsolable.
Frente a esta desaparición, el pueblo ha empezado
a sentir la zozobra de una gran soledad. Evita era parte
de él como el pan cotidiano de su alma, el pan
que sacia el hambre de justicia de los humildes.
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"¡Evita
a muerto!... El nombre sencillo y tierno con que siempre
la designó cariñosamente el pueblo, asume, en estos
momentos, la grave resonancia de un lamento funerario
que cubre en su extensión el ámbito del país. (...)
"
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Era la braza viva de
amor y caridad que calienta el corazón aterido de
aquellos que no conocieron sino el invierno o el desamparo.
Así la veía y así la sentía
el pueblo: casi como a un ser fantástico y muy próximo,
un ser conviviente que comparte el pan de la mesa y el lecho
del hogar común, entreverado a sus ansias, a sus
desengaños y a sus alegrías, Una figura tutelar
con la cual todos podían entablar personalmente el
coloquio confidencial, o bien cambiar el gran dialogo multitudinario
en la plaza pública. Así la veía el
pueblo en su humana y familiar dimensión, fuera del
marco protocolar y distante impuesto por su alto rango de
esposa del presidente de la república, en el comentario
vivo y afectuoso del profuso anecdotario que destacaba los
rasgos de su singular personalidad: la vehemencia de su
temperamento y aun las travesuras que le inspiraban su natural
ingenio y la volubilidad inherente a su idiosincrasia femenina.
Ese pueblo celebraba en ella el buen gusto con que atendía
los menores detalles de su atavió y su exquisito
instinto de mujer joven y hermosa.
Pero la gran soledad, sin duda, es la que su ausencia deja
en el ánimo del compañero de todas sus horas,
con quien la unía no solamente el vínculo
del amor y la dichosa convivencia bendecida por Dios, sino
también la recíproca consagración a
una causa activa de profunda envergadura social y a un ideal
común de trascendentales proyecciones.
Era Eva la mujer abnegada y solícita
que trae el sosiego y la dulzura a la vida íntima
del hogar y simultáneamente, era la camarada constante
de su esposo en la gran empresa que ambos se habían
impuesto de consumo, plenamente identificados.
En tal designio la esposa del primer mandatario se reservó
la parte de la tarea más acorde con la índole
de su temperamento, la actividad más afín
a su corazón: el auxilio de los humildes, la ayuda
a los desamparados, la reparación directa e inmediata
de la injusticia. Lo afirmó públicamente
en innumerables ocasiones: ella era el puente tendido
entre el Presidente y el pueblo, la interprete de las
esperanzas, las ansiedades y las alegrías de los
hombres mujeres y niños que constituyen la carne
viva de la comunidad. Sus obras brotaban del alma, a la
sombra de la bandera levantada por su esposo, y sus iniciativas
se alimentaban de la férvida admiración
y cariño incondicional que sentía por él."
Sentí mi nombre repetido a los gritos. Eso me trajo
a la realidad.
Abro los ojos despacio y el color vuelve lentamente y
todo lo demás se fue diluyendo como los recuerdos
de los viejos.
Quizás no todo.
(...) "¡Fany Navarro... era Fany Navarro
la que le limpiaba el vidrio del féretro de Evita!",
dijo mi madre mientras se iba hacia el interior de la
casa, satisfecha por el logro obtenido.
A los abuelos se les puede olvidar
o mezclar los nombres de los nietos, pero nunca se les
olvida cuanto los quiere. Eso se almacena en otro lado.
"Quiero vivir eternamente con Perón y con
mi gente". La mujer que dijo eso superó
largamente sus expectativas.
Necesitó tan solo seis años para ganarse
el lugar que la mantendría a resguardo de cualquier
contingencia y libre de los estragos del tiempo.
Hoy Evita vive en el corazón de su pueblo.
(Basado en relatos de medios de la época - Publicado
en la edición en papel de El Sitio AÑO II
- Nº 4 / Julio de 2012)
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