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"Entre lo histórico y lo actual" | Entrevistas

Dando voz a la historia

Como periodista y escritor, siempre me ha fascinado la posibilidad de darle voz a la historia, de traer al presente a personajes que definieron épocas y que, de algún modo, siguen influenciando nuestro mundo.

Este trabajo no pretende ser una reconstrucción exacta, sino un ejercicio de imaginación y análisis, donde la historia se encuentra con la literatura.

Me propuse construir una conversación que bien podría haber ocurrido, basada en los discursos, escritos y decisiones del entrevistado pero también en las incógnitas que la historia deja abiertas.

Espero que estas entrevistas - o travesuras- despierte en ustedes la misma curiosidad que me impulsó a escribirlas.


 

Winston Churchill

El bulldog británico

La historia está repleta de figuras que marcaron su tiempo, pero pocas dejaron una huella tan indeleble como Winston Churchill. Estadista, orador, estratega, polemista y, por sobre todo, un hombre que entendió que el liderazgo no siempre es un ejercicio de virtud, sino muchas veces un pulso con la necesidad.

Pero, ¿qué pasaría si pudiéramos entrevistarlo hoy?
Esta serie de entrevistas imaginarias nace como un ejercicio de periodismo literario, una recreación donde el pasado y el presente se entrelazan en un diálogo ficticio pero verosímil. No es una apología ni un juicio, sino una invitación a explorar la mente de uno de los personajes más influyentes del siglo XX.

Un periodista estadounidense -que bien podría representar a cualquiera de nosotros- viaja a un tiempo impreciso, cuando la Segunda Guerra Mundial ha terminado, y se sienta frente a Churchill con una sola intención: preguntarle lo que tantos querrían saber.

 


20 de febrero de 2025



por | @jorgecarusso para @escobarsite

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Aquí comienza la entrevista


Londres, 1946. Club privado en Mayfair.

Un salón con luces tenues, olor a tabaco y whisky. Un hombre robusto, de traje impecable y puro en mano, observa con su característica mezcla de cansancio y altivez. Winston Churchill ha accedido a esta entrevista con cierto escepticismo, pero también con la picardía de quien sabe que siempre tiene la última palabra.

A mi entrar, él apenas levanta la vista, exhala humo y, sin preámbulos, dice:

CHURCHILL:
-Bien, joven… Ha cruzado el Atlántico para hacerme preguntas. Espero que no sean aburridas. El whisky está servido, y mi paciencia es corta. ¿Qué quiere saber?
¡Tu turno, periodista! Pregunta lo que quieras.

PERIODISTA:
Gracias señor pero no bebo y también gracias por recibirme. Con respecto a saber, intuyo que cualquier momento de su vida ha de ser fascinante de escuchar. La guerra termino, pero… ¿para Ud. también o la sigue padeciendo?

CHURCHILL:
Esboza una sonrisa apenas perceptible y golpea suavemente el cigarro contra el cenicero de bronce.

-Una pregunta interesante… y más honesta de lo que esperaba. La guerra ha terminado para los soldados, para los generales y hasta para los periódicos, pero no para mí. -Hace una pausa, entrecerrando los ojos-. La guerra nunca termina para quienes la padecieron.

Se inclina ligeramente hacia adelante, con ese tono suyo entre solemne y burlón.

-Permítame explicarle algo, joven: la victoria no es más que el derecho a enfrentar nuevos problemas. Cuando las bombas dejan de caer, comienzan las negociaciones, las traiciones, las sombras que se mueven entre despachos con más peligro que en el campo de batalla. ¿Cree usted que Stalin ha colgado su sable? ¿Que los estadounidenses pueden dormir en paz porque han arrojado una bomba capaz de tragarse una ciudad entera? No, la guerra no ha terminado, solo ha cambiado de uniforme.

Toma un sorbo de whisky y me observa con curiosidad. Yo en tanto trataba de procesar lo escuchado.
Frente a mí estaba un hombre cuyas decisiones habían cambiado el rumbo de la historia.

-Dígame, ¿cree usted que el mundo ha aprendido algo después de todo esto?

PERIODISTA:
Me temo que el mundo olvidará pronto los horrores y atrocidades de la guerra, más aun las generaciones que no la vivieron.

"Si pudiera reescribir su legado, ¿qué cambiaría?"
Como el soldado que paro el autoritarismo, como el político que peleo por las instituciones, y la democracia o como un hombre que solo hizo lo que tenía que hacer?


CHURCHILL:
Suelta una leve carcajada y sacude la cabeza, exhalando un anillo de humo.

- ¡Ah, joven, qué perspicaz! Se nota que no ha venido aquí a regalarme elogios ni a escuchar una versión edulcorada de la historia. Me gusta eso.
Apoya el vaso sobre la mesa y entrelaza los dedos sobre su bastón, tomándose un momento antes de responder.

-Si me pregunta cómo quiero que me recuerden, la respuesta es simple: no me importa. El tiempo es un escultor caprichoso, y la historia pertenece a quienes la escriben después de que hemos partido. Me llamarán héroe algunos, me llamarán tirano otros. Habrá quienes solo me vean como un viejo testarudo con un puro en la boca y una copa en la mano.

Se inclina ligeramente hacia adelante.

-Pero le diré algo: si la democracia sobrevivió a esta guerra, si el autoritarismo no cubrió toda Europa con su sombra, fue porque algunas personas hicimos lo que había que hacer, sin importar el precio. No fui un soldado con un fusil, pero fui un soldado con palabras. No fui un santo, pero sí fui necesario.

Se relaja en su asiento, con una sonrisa de zorro viejo.

-Dígame, joven, usted que ha visto mi tiempo y verá el futuro que yo no veré… ¿cree que el mundo podrá sostener la paz o solo está esperando la próxima gran guerra?

PERIODISTA:
El mundo vivió en guerras desde que fabrico la primera lanza.
¿Porque dejaría de pelear?
Tengo la esperanza no la convicción que con cada guerra que aparezca en el futuro, surgirá un Churchill tratando de hacer lo correcto con los recursos que tenga.
¿Ud. hizo todo lo correcto o lo que pudo?

CHURCHILL:
(Sonríe, entrecerrando los ojos, como si estuviera saboreando la pregunta antes de responder.)

-Ah… ¡qué pregunta, qué pregunta! Y qué diferencia sutil pero feroz hay entre hacer lo correcto y hacer lo que se puede.

Toma el puro, lo observa un instante y lo vuelve a colocar en el cenicero.

-Le responderé sin rodeos: no hice todo lo correcto, hice todo lo necesario. Y eso, mi querido amigo, no siempre es lo mismo. La guerra no es un tablero de ajedrez donde cada movimiento se puede calcular con frialdad. Es un vendaval donde, a veces, hay que sacrificar lo que uno ama para salvar lo que uno necesita.

Suspira y se reclina en el sillón, con la mirada perdida en algún punto del pasado.

-Bombardeamos ciudades. Dejamos morir a hombres en el campo de batalla sabiendo que no regresarían. Pactamos con demonios para evitar males mayores.
¿Es eso hacer lo correcto?
No lo sé. Pero sé que no hacerlo hubiera sido peor.

Vuelve a fijar su mirada en mí, intensa y cargada de experiencia.

-Ahora dígame, joven: cuando el futuro reclame su propia guerra-porque la tendrá, no lo dude-, ¿habrá alguien dispuesto a hacer lo necesario? ¿O el mundo se ha vuelto demasiado cómodo como para soportar las decisiones difíciles?

PERIODISTA:
-Una respuesta a la vez.
(Pausa)
Me dice que bombardearon ciudades... pero lo de Dresden es como indefendible, ¿como vive con ese demonio?


CHURCHILL:
Su expresión se endurece por un instante. Se toma su tiempo antes de hablar, como si estuviera eligiendo cuidadosamente las palabras o, tal vez, recordando algo que preferiría olvidar.

-Dresden… Sí, he oído lo que dicen. "Crimen de guerra", "barbarie innecesaria", "venganza desproporcionada". Palabras fáciles cuando uno las dice desde la comodidad del tiempo y la distancia.

Toma su vaso, lo gira entre los dedos sin beber.

Pensé que todo terminaría en ese momento; temí por mi integridad. Me imaginé volviendo a América, expulsado por insultar a hombre más importante del momento.
Pero no… por algo es el más importante.

-No pretendo justificarlo con argumentos grandilocuentes. Fue un infierno, eso no lo negaré. Y sí, si me pregunta si alguna vez he pensado en ello por las noches, la respuesta es sí. Pero si me pregunta si cambiaría la decisión…

Levanta la vista, su mirada es ahora fría, calculadora. Me imagino su mente pasando las hojas de la historia en busca de la imagen justa.

-La guerra no es una cuestión de moral, joven. Es una cuestión de supervivencia. En 1945, nuestra prioridad era quebrar la espalda de Alemania, asegurarnos de que no se levantaría de nuevo. La Luftwaffe había reducido Coventry a cenizas, Londres ardió más veces de las que puedo contar. La diferencia es que nosotros ganamos. Y los que ganan escriben la historia.

Apoya el vaso con suavidad sobre la mesa. "Los que ganan escriben la historia", no es lo que esperaría escuchar. Quisiera que me cuente todo aquello que no fue escrito.

-Ahora, dígame usted, periodista… Si hubiera estado en mi silla, con la guerra aun rugiendo, con Stalin observando desde el Este como un lobo hambriento… ¿habría hecho algo diferente?

PERIODISTA:
-No lo sé señor, yo solo soy un periodista

CHURCHILL:
Esboza una sonrisa cansada, como si esa respuesta le resultara familiar.

-Y yo solo fui un hombre con un trabajo que hacer.

Apaga el puro en el cenicero, dejando que el humo se disipe lentamente en el aire pesado del salón. Ese aire, una mezcla de distintos olores, algunos pocos agradables para mi gusto, me distraía los sentidos, que debían estar enfocados en las preguntas y, especialmente, en las respuestas.
Sabía que tenía los minutos contados. El bulldog ya rechinaba los dientes, como insinuando que era tiempo de redondear.

¿Redondear? ¿Con qué?

Un cierre obsecuente y lavado me permitiría retirarme sano y salvo, pero perdería los laureles de la gloria. Un cierre estruendoso era una posibilidad seria de salir catapultado y con moretones.

PERIODISTA:
-¿Cómo recuerda el momento en que se encontró sentado en Yalta junto al presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, y el líder de la URSS, Josef Stalin?

Churchill entornó los ojos, como quien busca una respuesta en el humo de su propio cigarro.

CHURCHILL:
-Yalta fue un tablero de ajedrez donde cada pieza creía conocer las jugadas del otro, pero en realidad todos nos movíamos en la penumbra. Roosevelt confiaba en la diplomacia, Stalin en la astucia y yo… en la necesidad de mantener el equilibrio. Sabíamos que estábamos diseñando el mundo de la posguerra, pero también que la tinta de nuestros acuerdos se secaría más rápido de lo que esperábamos. Fue una reunión de vencedores, sí, pero no de aliados.

PERIODISTA:
-¿Temieron el abrazo del oso?

CHURCHILL:
-Nunca confié en Stalin, pero subestimarlo hubiera sido más peligroso que temerle. El oso era astuto, paciente, y sabía cuándo dar un zarpazo y cuándo fingir mansedumbre. No era un socio, era una circunstancia inevitable.


PERIODISTA:
-¿El oso está muerto? ¿Quién lo mató y quién se quedó con su piel?

Churchill esbozó una sonrisa cargada de ironía.

CHURCHILL:
-El oso no murió de un disparo certero, sino de una lenta gangrena interna. La URSS colapsó por su propio peso, sus propias mentiras y su propia avidez. ¿Quién se quedó con su piel? Bueno… aún se la están disputando.

De pronto, alguien golpeó la puerta y entró sin esperar permiso. Una señora con muchos papeles se acercó al escritorio y le susurró algo al oído. Alcancé a entender solo una frase:

-Lo llamó la reina.

Churchill se incorporó con calma, apagó su cigarro con un gesto mecánico y me miró con cortesía, pero sin ceremonias.

CHURCHILL:
-Joven, disfrute su entrevista. Espero que haya sido recíproco. Lamento no tener más tiempo para dispensarle, pero debo resolver algo con relativa urgencia. Que su vuelta a América sea agradable… y recuerde: por más buena que sea una pregunta, no siempre encontrará una respuesta.

Y así, entre una nube de humo y el eco de sus palabras, se marchó.

 



 

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En el vasto océano del tiempo, donde las olas del pasado se entrelazan con las corrientes del presente, emerge un rincón donde las historias cobran vida propia.

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Recomendación

Las historias narradas en esta columna son producto de la imaginación del autor y, en ocasiones, pueden estar basadas en eventos reales o inspiradas en situaciones de la vida cotidiana.

Si bien se han tomado ciertas libertades creativas para construir los relatos, es importante destacar que cualquier parecido con personas reales, vivas o fallecidas, o con eventos que hayan ocurrido o puedan ocurrir, es pura coincidencia.

Además, el autor utiliza recursos gramaticales no convencionales con el objetivo de lograr efectos específicos sobre el lector, explorando distintas técnicas narrativas para transmitir emociones, generar atmósferas o crear suspenso. Por lo tanto, la experiencia de lectura puede variar según la interpretación individual de cada uno.

Se advierte que el contenido de esta narrativa puede ser impactante, sorprendente o incluso perturbador. Por ello, se recomienda la discreción del lector y se lee bajo su propio riesgo.

Sin embargo, también se lo invita a sumergirse en las páginas de estas historias con mente abierta y disposición para explorar nuevos mundos, descubrir emociones y reflexionar sobre la naturaleza humana y el universo que nos rodea.

¡Que disfrutes de la lectura!


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