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De Jesse Owens a Jorge
Lanata
Un salto, una palabra
o una verdad incómoda
De los Juegos Olímpicos
de Berlín 1936 a la muerte de Jorge Lanata, el
artículo reflexiona sobre cómo dos figuras
históricas, Jesse Owens y Lanata, desafiaron
los discursos de odio y autoritarismo en sus respectivos
contextos. Owens, con su victoria en el salto en largo,
derribó la ideología racial nazi, mientras
que Lanata, desde el periodismo, desafió las
narrativas hegemónicas de la política
argentina. Ambos dejaron un legado de valentía
y resistencia ante la opresión, demostrando que
la verdadera grandeza radica en confrontar los prejuicios
y construir puentes hacia una sociedad más justa.
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4
de enero de 2025
Autor |
@jorgecarusso
|
Luego de casi dos décadas de haber
culminado la Primera Guerra Mundial, Alemania buscó
presentarse al mundo bajo una imagen renovada. Originalmente,
los Juegos Olímpicos de 1936 se disputarían
en Barcelona, pero la guerra civil española impidió
su realización allí. El Comité Olímpico
Internacional (COI) eligió entonces a Berlín
como sede en 1931, años antes de que Adolf Hitler
y el Partido Nacional Socialista asumieran el control
absoluto del país. El futuro canciller convirtió
los Juegos en un escenario político, con Theodore
Lewald, presidente del Comité Organizador Alemán,
actuando como una figura simbólica bajo su dirección.
Los preparativos para el evento ocultaron
una realidad sombría. Alemania se presentó
como un país moderno y pacífico, mientras
que tras bambalinas imperaba un régimen opresivo.
Bajo el manto del espectáculo olímpico,
Hitler intentó exhibir al mundo una nación
modelo: socialista, antirracista y en apariencia, con
problemas comunes. Sin embargo, en los campos de concentración
se torturaba y asesinaba a quienes eran considerados enemigos
del régimen, ya fuera por su fe, posición
social o color de piel. Durante semanas, el mundo fue
testigo de un espectáculo que enmascaraba una realidad
devastadora.
El 1 de agosto de 1936, se inauguraron
los Juegos Olímpicos en el Estadio Olímpico
de Berlín. Ante más de cien mil espectadores,
el saludo nazi dominó la ceremonia mientras Adolf
Hitler ingresaba con toda la pompa del Tercer Reich. La
música de Richard Strauss y miles de voces entonando
himnos nacionales y nazis daban inicio al evento. Hitler
esperaba que la delegación alemana, con sus quinientos
atletas, arrasara en las competencias para confirmar la
supremacía aria. Sin embargo, dos figuras desafiaron
ese propósito: Jesse Owens y Helene Mayer.
Owens, un joven afroamericano - nieto
de esclavos -, dejó una marca imborrable en la
historia. Ganó cuatro medallas de oro, destacándose
en los 100 y 200 metros planos, el salto en largo y los
relevos 4x100. Su victoria más simbólica
fue en el salto en largo, donde recibió apoyo de
Carl "Luz" Long, un alemán que representaba
el ideal ario. En un gesto de deportividad, Long ayudó
a Owens a mejorar su desempeño, lo que culminó
en un salto de 8.06 metros, superando el récord
europeo y arrebatando el oro al favorito local. Ese momento
de camaradería e igualdad quedó inmortalizado
cuando ambos dieron una vuelta juntos por el estadio,
desafiando el discurso racista del régimen.
Hitler, incómodo con el éxito
de Owens, evitó saludarlo, a pesar de las reprimendas
del COI. Optó por retirarse del palco oficial antes
de que el atleta subiera a recibir su medalla. Este desplante
reflejó la incapacidad del líder alemán
para aceptar una derrota simbólica que desmoronaba
su propaganda racial.
Tres años después, el mismo
país que organizó un evento deportivo para
mostrarse pacífico y hospitalario inició
la Segunda Guerra Mundial. La invasión de Polonia
marcó el comienzo de un conflicto devastador que
dejó millones de víctimas, muchas de ellas
atrapadas en la maquinaria genocida del Holocausto. El
legado de aquellos Juegos Olímpicos se tiñó
con la sangre y el sufrimiento que sobrevinieron.
En otro contexto y tiempo, Jorge Lanata,
figura central del periodismo argentino, también
enfrentó su propia tribuna adversa. Su fallecimiento,
ocurrido esta semana a los 64 años, dejó
un vacío notable en el panorama mediático.
Amigos y colegas señalaron con críticas
y elogios el silencio del presidente ante su muerte. Gabriel
Levinas y Gabriela Inglese destacaron su influencia en
la defensa de la democracia y su lucha contra los autoritarismos,
mientras que figuras como Carolina Píparo y Agustín
Laje utilizaron su muerte como punto de discusión
política. Aún en su ausencia, Lanata continuó
generando debate, demostrando la incomodidad que su figura
causaba en los sectores más intolerantes.
Así como Owens desafió a
un régimen opresor desde las pistas y encontró
camaradería en el menos esperado, Lanata expuso
grietas profundas en la sociedad argentina desde su trinchera
periodística. Ambos compartieron la valentía
de enfrentar contextos hostiles, desafiando las narrativas
dominantes y dejando un legado que trascendió sus
respectivas épocas.
Jesse Owens y Helene Mayer cerraron una
grieta simbólica en Berlín, llevando un
mensaje de humanidad que desafió el contexto opresivo.
Jorge Lanata, desde el periodismo, expuso la fragilidad
de los discursos autoritarios y la necesidad de una sociedad
más plural y democrática.
¿Por qué nos importa tanto
un saludo que, en última instancia, solo termina
siendo nada frente a los ganadores? Tal vez porque nos
recuerda que la verdadera grandeza está en los
actos que desarman prejuicios y construyen puentes. Mientras
Owens y Lanata quedarán en los registros históricos,
los intolerantes, atrapados en sus discursos huecos, seguirán
arrastrando sus pesadas cadenas por las gradas vacías
de sus otrora seguidores.
Al final, las grietas
no están solo en los estadios o en las tribunas
mediáticas; están en nuestras propias almas,
esperando el coraje de alguien que las cierre con un salto,
una palabra o una verdad incómoda.
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