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No se puede huir del dolor


Hay dolores que uno puede esquivar toda la vida. Otros, en cambio, son como viejas deudas del alma: vuelven, nos esperan, nos llaman.


30 de abril de 2025



Autor | @jorgecarusso
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Cuatro veteranos de Malvinas, hijos del partido de Escobar, decidieron saldar esas cuentas y volvieron al sur más profundo de su historia. No por nostalgia, sino por necesidad. Volver a Malvinas fue, para ellos, abrir la herida, mirarla de frente y decir: "estoy acá, otra vez".

José Raúl Ibañez fue uno de ellos. Suboficial mayor de Prefectura, protagonista de una de las hazañas más humanas y menos conocidas de aquella guerra. En 1982, en medio del ataque al guardacostas Río Iguazú, tomó la ametralladora de un compañero herido de muerte y derribó un avión Harrier británico. Lo hizo con más coraje que recursos, con más fuego interior que precisión militar. Luego rescató el cuerpo de su amigo, ayudó a encallar el buque y defendió los restos de su tripulación. No pidió nada. Solo cumplió.

Ahora, 43 años después, volvió a ese mismo suelo donde la muerte rondaba como el viento. Y frente a la tumba de aquel camarada caído, volvió a cumplir. Esta vez, con un homenaje.

"Lo más grande fue que pudimos bajar el cuerpo de nuestro compañero y darle sepultura", resaltó sobre aquella hazaña por la cual fue condecorado. En esta oportunidad, pudo visitar el cementerio y rendirle homenaje: "Nos trajo paz. Al principio dudaba del viaje, pero me convencieron y no fue en vano. Me estoy poniendo grande y cada vez se hace más difícil".
Una confesión simple, pero que resume el cansancio físico y emocional de quien no solo carga años, sino memorias que pesan más.

"Creo que cerré un capítulo de la historia, volví con otra fuerza y con una perspectiva diferente", dijo Claudio Sánchez, que con apenas 18 años le había tocado ser parte del apoyo logístico del Ejército. En esta visita recorrió los montes William, Tumbledown, Dos Hermanas y Longdon. "Me sentí como de 18 años otra vez. Volví a tener los pies mojados, las medias mojadas, el viento frío en la cara", relató conmovido.

Marcelino De León, quien estuvo a bordo del ARA General Belgrano -hundido el 2 de mayo de 1982-, fue el único del grupo que no combatió en las islas. Sin embargo, su vivencia fue profundamente transformadora. "Es ver la historia realmente contada por ellos, no en un salón o en una plaza", dijo. Al llegar a la cumbre de uno de los montes, extenuado pero conmovido, gritó "¡Viva la Patria!", como muchos de sus compañeros. "Vi cosas hermosas del ser humano que se expresaban como podían: algunos lloraban, otros cantaban el himno. Y eso te conmueve."

"Se completó un libro, un capítulo. Eso me hizo bien y estoy tranquilo", dijo Ceballos, quien pudo recorrer el Monte Longdon donde había combatido junto a sus compañeros del Ejército Argentino. "Recorrimos como quince, veinte kilómetros. Desde las 9 de la mañana hasta las 7 de la tarde. Volvés para atrás de golpe", contó emocionado, al recordar los caminos que transitó como soldado. "Ver el galpón donde armamos las mochilas, las ranchadas... Fue espectacular después de tantos años."

Alejandro Ceballos, Claudio Sánchez, Marcelino De León y Raúl Ibañez no regresaron como soldados, sino como hombres que alguna vez fueron parte de una tragedia colectiva y que hoy se animaron a volver a caminar entre recuerdos, montes, tumbas y silencios.

Volver fue también cerrar un capítulo, como dijeron ellos mismos. Caminar por donde alguna vez corrieron, temblaron, sobrevivieron. Algunos lloraron, otros gritaron, todos se conmovieron. Porque hay gestos que no se ensayan, se sienten. Y hay héroes que no levantan la voz, pero dejan huellas.

Malvinizar no es repetir discursos. Es contar estas historias. Es mirar a los ojos a estos hombres y agradecerles el acto más difícil: el de regresar al dolor, sin escudos ni armas. Con el pecho abierto y la memoria intacta.

Y así, con pasos firmes y mochilas invisibles, los hombres que un día fueron soldados volvieron a pisar las Islas. No para pelear. Esta vez, para cerrar una herida y dejar una flor.
Porque hay heridas que no se cierran con medallas, sino con pasos dados sobre la tierra que las abrió.

 

 


 

 


 


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