"Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven".

Este aforismo, enunciado en 1985 por el diputado nacional radical Raúl Baglini, sigue resonando en el tumultuoso escenario político actual. La política, con su complejidad intrínseca, rara vez se ve permeada por teoremas matemáticos, pero este en particular ofrece una lente fascinante para analizar el comportamiento de los actores políticos en su búsqueda del poder.

Cuando observamos el panorama político contemporáneo, vemos un constante juego de equilibrios entre la promesa de cambio y la permanencia en el poder. Los políticos, como jugadores de ajedrez, calculan cada movimiento con precisión milimétrica, evaluando el terreno y las posibles consecuencias de sus acciones. Sin embargo, ¿qué sucede cuando el poder parece estar más cerca que nunca?

El político moderno, en su danza con el poder, adopta un enfoque pragmático y conciliador, dejando de lado las posiciones extremas en favor de una diplomacia calculada. Sin embargo, este cambio de actitud no siempre es un reflejo genuino de convicciones profundas, sino más bien una estrategia táctica para garantizar la ascendencia política.

Contrastemos esta imagen con la de Elpidio González, un político argentino de principios del siglo XX, cuya vida estuvo marcada por la integridad y la renuncia a privilegios. González, vicepresidente de la Nación en la década de 1920, rechazó recibir un salario y, más tarde, una jubilación de privilegio, argumentando que era inapropiado cobrar por un servicio para el cual el pueblo lo había elegido. Incluso en tiempos de adversidad económica, mantuvo su ética inquebrantable, rechazando la ayuda financiera ofrecida por el presidente de la época.

La historia de González nos sirve como un recordatorio vívido de la importancia de la integridad en la política y la necesidad de líderes que estén dispuestos a sacrificar el poder y el confort personal en aras del bien común. Mientras que la ecuación del mal, arraigada en la búsqueda desenfrenada del poder a cualquier costo, perpetúa un ciclo de corrupción y desconfianza.

En el lienzo político, los matices de grises se desdibujan entre el blanco inmaculado de la integridad y el negro intenso del oportunismo. En última instancia, la política no es solo un juego de números y estrategias, sino un reflejo de la complejidad humana y las luchas por el alma de una nación.

Baglini pudo haber racionalizado una ciencia inestable e impredecible como es la política, pero su teorema nos recuerda que, en última instancia, son las acciones de los individuos las que determinan el curso de la historia.

En un mundo donde la política a menudo se define por la ambición desmedida y la manipulación sin escrúpulos, la figura de Elpidio González brilla como un faro de integridad y rectitud moral, recordándonos que, incluso en los tiempos más oscuros, la verdad y la honestidad son las armas más poderosas de todas.

La política puede ser un campo minado de intereses contradictorios y agendas ocultas, pero en medio del caos y la confusión, siempre habrá voces valientes que se alzarán en defensa de los principios más nobles. Estas palabras suenan ingenuas pero siempre esta la posibilidad de encontrarte con un policía de civil al robar el colectivo.

En un mundo donde los valores éticos parecen haberse extraviado en el laberinto del poder, la figura de Elpidio González resuena como un recordatorio irónico de que, a veces, las mayores lecciones de integridad se encuentran en los lugares más inesperados. Mientras los políticos venden promesas vacías, González vendía anilinas y betún para zapatos en las calles de Once, recordándonos que la verdadera grandeza no se mide por el cargo que ocupamos, sino por el legado de integridad que dejamos atrás.