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Seguridad | Opinión

Seguridad: Una lección en el dolor

La eterna improvisación

Desde hace décadas, la inseguridad es un problema en Argentina y solo se discute a fondo tras hechos trágicos. Se repiten las mismas respuestas vacías, mientras el delito avanza. Entre la improvisación y el oportunismo político, un padre en duelo nos da una lección que pocos quieren escuchar


7 de marzo de 2025

Fuente del contenido | @escobarsite



En Argentina, el debate sobre la inseguridad suele surgir tras hechos trágicos que generan un fuerte reclamo social, tan intenso como efímero. Luego viene la respuesta política: débiles promesas, medidas apresuradas y soluciones previsibles. Nada cambia porque el problema nunca se aborda con profundidad.

Esta precariedad en el análisis se debe, por un lado, a la falta de formación en materia de seguridad y, por otro, a la tendencia de los gobiernos a esquivar el problema con parches y discursos simplistas.

Desde el caso de María Soledad Morales hasta el reciente asesinato de Kim Gómez, la historia argentina está marcada por crímenes que, con nombre y apellido, movilizaron a la sociedad y dejaron tras de sí la misma sensación de impotencia.

Cada caso trajo consigo una "solución mágica", un anuncio grandilocuente, una promesa de reforma. Pero todas, sin excepción, pasaron sin aportar cambios estructurales. Lo que quedó fue incertidumbre, frustración, dudas, dolor... y la certeza de que la historia volverá a repetirse.

Políticos sin formación, medidas sin rumbo

La mayoría de los dirigentes políticos desconocen tanto la teoría como la práctica de la seguridad. Su estrategia es delegar el tema en un policía de confianza, creyendo que la solución se reduce a "poner más patrulleros en la calle". Así, la gestión se convierte en un juego de imágenes: leyes con impacto mediático, patrullas con sirenas encendidas, operativos espectaculares. Pero mientras se ignoran las raíces del problema -narcotráfico, exclusión social, educación, falta de planificación a largo plazo-, el delito avanza.

Peor aún: cuando la seguridad se maneja con criterios partidarios, el miedo y la especulación bloquean cualquier intento de política de Estado seria y sostenida en el tiempo.

No es nuevo. En los '90, Menem creyó que podía resolver el caso de María Soledad Morales enviando a Catamarca a un "superpolicía" que golpeaba la mesa con el puño como carta de presentación. ¿El resultado? El "Doberman" volvió con el rabo entre las patas. Porque el problema era mucho más profundo que su estilo de mano dura.

A esta crisis de gestión se suma la precariedad estructural de las fuerzas de seguridad. Falta equipamiento, formación y conducción estratégica. La discusión sobre seguridad se reduce a números: cuántos policías hacen falta, cuántos patrulleros hay en circulación. ¿Y la estrategia? ¿Y la prevención? La delincuencia, en muchos casos, va varios pasos adelante del Estado, obligándolo a reaccionar. Acción y reacción. Un esfuerzo costoso, poco reconocido y mal ejecutado.

Justicia: un sistema colapsado

A la ineficacia política y operativa se suma un sistema judicial desbordado, con una alarmante falta de respuesta. Un Poder Judicial que, en muchos casos, parece más severo con los débiles que con los poderosos solo fomenta el descreimiento social y la justicia por mano propia.

Las cárceles, por su parte, han dejado de ser un espacio de rehabilitación para convertirse en fábricas de criminalidad, hacinamiento, violencia y corrupción estructural. Lejos de reinsertar, perfeccionan a los delincuentes.

Mientras tanto, los organismos de control del Estado son débiles o directamente funcionales a la corrupción dentro de las fuerzas de seguridad.

La misma receta, el mismo resultado

Un claro ejemplo de la improvisación es el eterno debate sobre la baja de edad de imputabilidad. Se discute cuando el incendio ya está declarado, en lugar de evitar que el fuego salga de control. Se insiste en recetas viejas: más policías, más patrullaje, más penas. Mientras tanto, se ignoran medidas que sí podrían cambiar la historia, como la creación de espacios deportivos y educativos en barrios vulnerables, escuelas de oficio, pasantías laborales, etc.

Pero enfrentar al delincuente es más fácil que atacar las causas del delito. Y en esa comodidad, las políticas de seguridad se limitan a calmar la indignación del momento, sin generar cambios reales.

El legislador tampoco escapa a esta lógica. El aumento de penas, la creación de nuevas figuras penales y la restricción de excarcelaciones se presentan como respuestas firmes, pero suelen ser apenas un placebo. El impacto es simbólico. Con el tiempo, todo se diluye.

Una lección en el dolor

El desafío es construir una política de seguridad que trascienda gobiernos y partidos, basada en información confiable y en un enfoque integral. El municipio, como primer nivel de gobierno, debe liderar esta tarea junto con Provincia y Nación, en un marco participativo que incluya a la ciudadanía.

Esto no se logra dinamitando el Estado, porque su ausencia nos descompone en facciones y nos precipita al caos. Es lo que algunos llaman "libanizar" la sociedad: fragmentarla en grupos rivales, cada uno con su propia ley y su propia justicia.

Sin decisión política, cualquier intento de cambio será un mero ensayo sin trascendencia.

Y aquí es donde el testimonio del padre de Kim Gómez adquiere un peso especial.
En medio de su dolor, sus palabras fueron de una claridad que rara vez se encuentra en políticos, legisladores o expertos en seguridad. En vez de gritos de venganza, habló de sentido común. En vez de odio, exigió responsabilidad.

Vale la pena escucharlo. No solo por respeto a su tragedia, sino porque, en su voz, hay una enseñanza que no deberíamos ignorar.



 






 


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