Así, la balanza queda suspendida
en un vaivén interminable, atrapada en un ciclo
que no cierra, una historia que se repite, como el roce
constante del péndulo contra el mármol,
desgastando no solo las palabras, sino también
la esperanza de un pueblo.
Una expresidenta presa no es solo una
noticia. Es un parte de nuestra historia. Es la imagen
de un país que vuelve a mirar hacia adentro y se
encuentra con sus propios fantasmas: el poder, la impunidad,
la justicia y la grieta. Cristina Fernández de
Kirchner empezó hoy a cumplir una pena de seis
años de prisión domiciliaria tras la ratificación
de su condena en la causa Vialidad. El hecho, más
allá de lo jurídico, impacta como un rayo
en la memoria colectiva.
¿Es justicia o
persecución?
La pregunta atraviesa todas las mesas familiares, los
grupos de WhatsApp, los noticieros, los discursos y las
marchas. Para unos, es un acto de reparación institucional.
Para otros, una operación política para
clausurar a quien aún conserva un alto grado de
representación popular. Pero tal vez lo más
complejo sea que ambas visiones conviven en el mismo país,
y ninguna logra imponerse sin dejar heridas.
El gobierno nacional lo celebra como un
triunfo del orden republicano. El kirchnerismo lo denuncia
como lawfare. En el medio, miles de argentinos miran con
escepticismo: llevan años viendo cómo la
Justicia se mueve demasiado rápido con algunos
y demasiado lento con otros. Y eso erosiona su credibilidad.
Porque una justicia que llega tarde, o llega con la camiseta
puesta, ya no es justicia: es espectáculo.
Lo simbólico pesa.
Que Cristina esté presa significa muchas cosas.
Representa la caída de un ícono, sí,
pero también el fin de una época. Y como
todo fin, abre una puerta incierta. El peronismo deberá
repensarse sin su principal figura, en medio de una crisis
económica, social y política. Y la oposición
deberá demostrar que no basta con ganar la batalla
moral: hay que gobernar para todos, incluso para los que
aún creen en ella.
En paralelo, los problemas reales siguen
ahí: la inflación, la obra pública
paralizada, el desempleo, los chicos que dejan la escuela,
las deudas que no se pagan con slogans. Si el país
se reduce a Cristina sí o Cristina no, estamos
repitiendo la tragedia de siempre.
Y entonces la pregunta ya no es qué
significa Cristina presa, sino qué significa para
nosotros. Porque si la justicia no es pareja, si la política
no eleva el debate, si la sociedad no madura... entonces
no será ella quien esté realmente presa.
Seremos nosotros, encerrados en la celda de nuestras propias
divisiones.
"Si este episodio sirve para fortalecer
la institucionalidad, exigir justicia pareja y reclamar
transparencia a todos los gobiernos -los que fueron, los
que son y los que vendrán-, habremos ganado algo
más que una sentencia: habremos dado un paso civilizatorio.
Si, en cambio, nos quedamos en la
grieta, en el fanatismo, en el odio... entonces Cristina
presa no significará nada. O peor aún: significará
que seguimos presos nosotros."
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