A 28 años de su asesinato, José
Luis Cabezas sigue vivo en su muerte. No es el destino
que él hubiera elegido, ni el que le correspondía,
pero es lo único que pudimos hacer para preservarlo.
Un consuelo amargo, insuficiente, pero necesario. Porque
olvidar su nombre sería allanar el camino para
que vuelva a pasar. Y el poder, siempre voraz, siempre
impune, espera ese olvido. Lo necesita.
Nuestra candidez al salir del infierno
de la dictadura nos hizo bajar la guardia. Creímos,
con una fe ingenua, que la democracia resolvería
por sí sola todas las injusticias. Nos confiamos.
Y mientras nos adormecíamos en esa confianza, el
poder nos cocinaba a fuego lento, como a la rana en la
olla.
Me preocupa que este crimen, como tantos
otros, termine convertido en una efeméride abstracta,
un simple recordatorio en el calendario. Que los que vengan
después solo vean un caso policial y no lo que
realmente fue: el asesinato brutal de un periodista por
haber hecho su trabajo, por haber desafiado a un intocable.
Cabezas fue asesinado porque un empresario
corrupto y poderoso creyó que podía hacerlo
sin consecuencias. Yabrán encarnaba esa parte oscura
del país que se mueve en las sombras, que teme
a la luz, que no soporta ser visto. Pero, en aquel momento,
la sociedad reaccionó. Se encolumnó del
lado de la víctima y dejó al victimario
solo. Fue una lección de dignidad, de resistencia.
La crónica de un
crimen anunciado
En la madrugada del 25 de enero de 1997,
José Luis Cabezas fue secuestrado en represalia
por haber fotografiado a Alfredo Yabrán, el empresario
que se jactaba de que ni la Justicia tenía una
imagen suya.
Lo golpearon, lo arrodillaron con las
manos esposadas y le dispararon dos veces en la nuca.
Luego quemaron su cuerpo junto con su auto, en una cava
cercana a Pinamar. Un mensaje mafioso. Una advertencia
para todos los que osaran desafiar el pacto de silencio
de los poderosos.
La justicia llegó tarde y mal.
Yabrán se suicidó antes de ser detenido.
Los responsables fueron condenados, pero con el tiempo
todos quedaron libres. Incluso Gustavo Daniel Prellezo,
el autor material del crimen, que aprovechó su
estadía en la cárcel para recibirse de abogado.
Un insulto más a la memoria de Cabezas. Un recordatorio
de que, en este país, el poder siempre encuentra
la manera de proteger a los suyos.
Epílogo: Porque
si nos olvidamos...
Cada noche, Santo Biasatti cerraba el
noticiero con una frase que se convirtió en lema
de resistencia: "No se olviden de Cabezas".
Hoy, 28 años después, la repetimos con la
misma urgencia, con la misma bronca contenida. No nos
olvidemos de Cabezas. No nos olvidemos de Tilo Wenner.
No nos olvidemos de los periodistas asesinados en México,
en Ecuador, en cualquier rincón del mundo donde
la verdad incomoda y la impunidad manda.
Porque si nos olvidamos, vuelve a pasar.
Y si vuelve a pasar, nadie estará a salvo. Que
José Luis Cabezas siga vivo en su muerte, para
que otros puedan vivir en su vida. Y para que el poder,
por una vez, entienda que matar a un periodista trae consecuencias
más graves que la publicación de sus fechorías.
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