A falta de gestión, el Gobierno
nacional emprendió una cruzada contra el periodismo.
No contra el amarillismo, la manipulación o las
operaciones mediáticas, sino contra todo periodismo
que no se pliegue al relato oficial; ese que justifica
el ajuste despiadado, el desguace del Estado, la represión
a la protesta social y la entrega del patrimonio nacional.
En un giro que recuerda a los regímenes
autoritarios del siglo XX, desde la Casa Rosada se promueve
una visión única, monolítica e incuestionable.
Una verdad oficial que no tolera matices, críticas
ni disidencias. Como en los tiempos más oscuros
de nuestra historia, se pretende instalar la idea de que
quien piensa distinto es enemigo, y quien informa lo que
molesta debe ser estigmatizado, perseguido o silenciado.
Pero sería un error creer que este
hostigamiento es una novedad. El ataque al periodismo
no es patrimonio exclusivo del actual Gobierno. Con matices,
también fue práctica de administraciones
anteriores -oficialistas y opositoras por igual- que no
toleraron la crítica ni la independencia.
Lo sé por experiencia propia: en distintas oportunidades,
por no alinearme con el discurso dominante de entonces,
fui marginado, desfinanciado y castigado en mi rol de
comunicador.
La curva de la campana de Gauss lo explica
con claridad: tanto si se avanza por derecha como por
izquierda, el resultado suele ser el mismo. Cuando fracasa
o se agota el uso de la "bolsa" -la billetera-,
aparece el palo o el látigo. Es de manual, no falla...
pero siempre termina mal. ¿Por qué? Porque
los más viejos lo vimos.
No me lo contaron, lo viví.
El periodismo no nació para aplaudir
al poder. Nació para incomodarlo. Su rol es cuestionar,
investigar, mostrar lo que se quiere ocultar. Un país
sin periodismo libre es un país sin democracia.
Porque, sin pluralidad de voces, no hay ciudadanía
informada; y sin ciudadanos informados, no hay decisiones
libres.
Acusar a los periodistas críticos
de ser "militantes disfrazados" o "operadores
pagos" es una estrategia tan antigua como perversa.
Sirve para deslegitimar la crítica sin refutarla.
Para ahogar el debate sin dar argumentos. Para imponer
un pensamiento único que, lejos de liberar, somete.
No es casual que esto ocurra mientras
se desfinancia la educación, se cierran medios
públicos, se despide a comunicadores, se ocultan
datos oficiales y se agrede a la prensa en las calles.
Es un plan sistemático. Un modelo de país
sin Estado, sin memoria y sin voces. Un país amordazado.
Hugh Hefner, el fundador de Playboy, asistió
al Congreso de los Estados Unidos en 1971 para testificar
en defensa de la libertad de expresión. Allí
pronunció una frase provocadora:
"Yo soy el piso del
periodismo."
Aunque su revista era considerada controvertida, Hefner
sostenía que su existencia era esencial para proteger
la libertad de expresión en todos los niveles.
Si se censura lo más bajo, decía, se habilita
la censura de todo lo demás. Y al hacerlo, se pone
en riesgo la libertad de todos. Su postura, aunque polémica,
se alineaba con la defensa de los derechos civiles y la
libertad de prensa.
Quienes callan frente
a estas embestidas, tarde o temprano también son
silenciados. Por eso, más allá de las diferencias
editoriales, defender la libertad de prensa hoy es defender
la democracia mañana.
"Donde se queman libros, se terminan
quemando personas."
- Heinrich Heine, poeta alemán (1821)
|