El dúo de comediantes hizo lo que
a la política le cuesta -y muchas veces no logra-:
sentar a disidentes políticos y hacerlos reír
juntos de los mismos problemas, circunstancias o hechos
que afuera los enfrentan, pero que, bajo ciertas luces,
logran unirlos.
El Teatro Seminari se llenó de
risas hasta las lágrimas. Risas por las mismas
cosas que, fuera de ese recinto, nos hacen resoplar de
bronca o apretar los dientes de indignación.
Este 2024 regresaron recargados con Tarico
on the Rotemberg: "Sean de Termos y Mabeles",
un homenaje irónico y entrañable a los 40
años de democracia.
El show, con un escenario despojado, se
vale de pocos elementos: un piano, alguna maqueta y, sobre
todo, talento. Entre los objetos, destaca una réplica
satírica de la galería de bustos presidenciales,
donde los rostros esculpidos cobran vida para recitar
las frases que dejaron huella
y trauma.
Tarico y Rotemberg despliegan su arsenal
de voces, gestos y tics con una fluidez impactante. El
público ríe sin respiro durante 100 minutos
de un humor político que sirve de catarsis colectiva.
Espejo de una sociedad saturada por titulares catastróficos,
boletines ministeriales apocalípticos y discursos
que, por Twitter o desde un atril, terminan por desdibujar
la línea entre la parodia y la realidad.
Sin filtros pero con simpatía,
Tarico pone la lupa sobre el principal blanco de estos
días: el presidente Javier Milei. El personaje
parece hecho a medida para la imitación: pelo rebelde,
muletillas virales y una estética de meme que pide
pista. La clásica frase "¡No hay plata!"
retumba como un mantra nacional. Y para los más
grandes, despierta ecos musicales: "Despeinada",
aquella canción de Chico Novarro que popularizó
Palito Ortega. Para los centennials, Tarico recomienda:
gugleenló.
Entre recuerdos compartidos, los artistas
repasan su historia en común: la radio, las primeras
imitaciones, los consejos de grandes como Magdalena Ruiz
Guiñazú y Héctor Larrea. Hay también
espacio para la nostalgia y el homenaje, con menciones
sentidas a Juan Carlos Mesa, Gianni Lunadei, y hasta un
video breve de Antonio Gasalla como la inolvidable maestra
Noelia en tiempos del Club del Clan democrático.
En un tramo más intenso, Tarico
despliega su galería viva: Kirchner, Alberto, Bullrich,
Nelson K (avalado por el propio Nelson Castro) y hasta
Mirtha Legrand desfilan en escena con una precisión
de bisturí. El cierre, a puro ritmo, incluye un
momento brillante: Rotemberg oficia de cura y lee el DNU
como si fuese el evangelio según Javier.
La moraleja final, entre bustos parlantes
y carcajadas, nos recuerda algo esencial: la democracia
es el reflejo de lo que elegimos ser. Tarico y Rotemberg
no solo lo representan: lo interpretan, lo exageran y
nos lo devuelven con forma de espejo burlón.
Como guiño local, no faltaron alusiones
al autoritarismo del ex comisario ni referencias al intendente
actual. Incluso se pudo divisar, camuflados entre la concurrencia,
algunos funcionarios municipales que disimulaban los festejos
y amortiguaban los aplausos, aunque no podían ocultar
el disfrute.
Reflexión final
El humor político permite reírnos
de lo que, en otras circunstancias, nos haría llorar.
También, curiosamente, permite sentar a adversarios
ideológicos a compartir temas ríspidos sin
necesidad de trincheras. En resumen: se dicen verdades
disfrazadas, se disparan balas de fogueo y se suelta la
risa como forma de tregua. Porque cuando el país
parece una tragicomedia infinita, reír juntos es
un acto de resistencia, y quizás, el último
vestigio de cordura colectiva.
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