Esta semana, funcionarios estadounidenses
y rusos se reunieron en Arabia Saudita para discutir una
posible paz en Ucrania. Sin embargo, el gran ausente fue
el propio país en conflicto. Volodímir Zelenski,
visiblemente molesto, afirmó que su nación
"nunca aceptará" decisiones que se tomen
sin su participación. Mientras tanto, Donald Trump,
con su particular estilo de transacción, insinuó
que la mitad de los minerales raros ucranianos deberían
ser el precio del continuo respaldo de Estados Unidos.
La historia se repite. Ya en el siglo
XX, los líderes de las potencias mundiales negociaron
territorios y destinos como si fueran meros activos en
una partida de ajedrez. En Yalta, Churchill, Roosevelt
y Stalin decidieron la configuración del mundo
de posguerra sin consultar a los pueblos que se verían
afectados. La diferencia es que, en esta ocasión,
la crisis se desarrolla en tiempo real y con la omnipresencia
de la información digital. Sin embargo, los mecanismos
de poder siguen intactos: los débiles dependen
de la voluntad de los fuertes, y la justicia rara vez
es el factor determinante en estas decisiones.
Argentina y su giro diplomático
Mientras el mundo reacomoda sus fichas,
la Argentina de Javier Milei también ha modificado
su postura. En la reciente votación de la ONU para
condenar la agresión rusa, el gobierno argentino
optó por la abstención, alejándose
de su previo apoyo incondicional a Ucrania.
Este viraje sorprende si se considera
que Milei había manifestado reiteradamente su respaldo
a Zelenski en foros internacionales, llegando a catalogar
la invasión rusa como un atropello a la libertad.
Las razones pueden ser varias: pragmatismo, presiones
externas o la búsqueda de un equilibrio en un mundo
donde los alineamientos ya no son tan claros como en décadas
pasadas.
Milei rechazó la adhesión
de Argentina a los BRICS, alineándose con Occidente,
pero ahora muestra tibieza en un asunto donde antes era
enfático. El problema es que el nuevo escenario
geopolítico no permite medias tintas: Estados Unidos
ya no ejerce el liderazgo indiscutido de Occidente, China
avanza como un actor clave en la región, y Europa
observa con preocupación el desinterés de
Washington en mantener su histórica influencia.
¿Qué peso tiene realmente Argentina en este
juego de fuerzas? ¿Es un simple espectador o puede
definir su propia estrategia?
La repetición de
la historia
A finales de la Segunda Guerra Mundial,
Joseph Stalin relataba una historia sobre un oso cazado
por él, Roosevelt y Churchill. Cuando discutían
cómo repartirlo, ambos líderes occidentales
se adjudicaban la piel y la carne, hasta que Stalin sentenció:
"El oso me pertenece, al fin y al cabo, lo maté
yo".
Hoy, con otro oso en escena, la historia
se repite. Rusia ocupa el 20% del territorio ucraniano
y negocia sin prisa, sabiendo que el tiempo juega a su
favor. Estados Unidos, bajo Trump, comienza a despegarse
del conflicto y parece dispuesto a ceder espacios. China,
silenciosa pero atenta, teje su red de influencia en Eurasia
y América Latina. Y Europa, debilitada y sin un
liderazgo firme, observa la situación con incertidumbre.
La pregunta es inevitable: ¿qué
pasará con los actores más vulnerables cuando
nuevamente comience la repartija del poder mundial? ¿Y
qué rol jugará Argentina en esta nueva configuración
global?
Si la historia es una guía, la falta de autonomía
en la toma de decisiones no suele traer buenos resultados.
La paz, como siempre, no se negocia en función
de la justicia, sino de la conveniencia de los poderosos.
Ucrania lo está aprendiendo de la manera más
cruda.
Milei, acostumbrado a construir
relatos con impacto mediático, debería revisar
las lecciones de la historia y evaluar con más
profundidad el escenario geopolítico antes de seguir
subestimando su complejidad.
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