Fue militar y estadista. Libertador de
Argentina, Chile y Perú de la dominación
española. A través de su actividad política
y sus campañas militares, impulsó y consolidó
la independencia de Argentina y la emancipación
continental americana.
Bautizado por un fraile dominico y cura
de Yapeyú como Francisco José, aunque la
inversión de los nombres fue una costumbre familiar
que lo llamó siempre de esta manera.
"Fruto maduro", es lo que significa
Yapeyú en lengua guaraní. Fundada el 4 de
febrero de 1627 por los jesuitas, recibió el nombre
de Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de
Yapeyú o Nuestra Señora de los Tres Reyes
de Yapeyú.
Cada vez que puedo, cada vez que la vida
me lo permite, cada vez que transito la Ruta 14, entro
a ese pueblito correntino, visito la casa histórica
y la iglesia, camino por la plaza y disfruto la alegría
de su gente al vivir en el lugar donde nació nuestro
héroe máximo.
La higuera -que tuve la suerte de conocer
a mis 12 años- se vino abajo en 1986. Un poco por
vieja y algo enferma, pero seguramente afectada por la
añoranza de tiempos que no volverán.
A su sombra, Rosa Guarú paseaba de la mano al niño
que luego se convertiría en el más encumbrado
de nuestros libertadores.
El camafeo de Rosa Guarú
Lo más desgarrador de su infancia no fue solo la
lejanía de su tierra natal, sino también
la separación del niño José Francisco
de su nodriza, Rosa Guarú, aquella mujer que, según
algunas versiones, no era solo su cuidadora, sino su verdadera
madre. Se dice que fue el fruto de una relación
pasajera entre Diego de Alvear, un funcionario español
que inspeccionaba las antiguas reducciones jesuíticas,
y que, antes de partir, encomendó a los San Martín
la crianza del niño, asegurando que jamás
le faltaría nada.
Pero a Rosa sí le faltó
algo: el niño que le arrancaron. Cuentan que, incapaz
de olvidar, mandó confeccionar un camafeo con la
imagen del pequeño José y lo llevó
siempre colgado al pecho, como un relicario de lo que
nunca pudo ser. Cuando el matrimonio San Martín
partió, le prometieron que la enviarían
a buscar. La promesa quedó suspendida en el aire,
como tantas otras promesas que la historia hizo y nunca
cumplió. Rosa esperó
pero la espera
fue en vano.
El legado
La higuera se derrumbó, su sombra
ya no está, como tampoco aquel fruto maduro que
nos dio la tierra
pero su legado, seguramente, perdurará
más allá de las piedras de la casa que lo
vio nacer.
Su entrega, sus logros y su pulcritud
histórica, nunca igualable, lo convierten en el
ejemplo ideal y el ídolo perfecto, el faro que
pudo haber iluminado un destino mejor. Nos
hubiera bastado seguir su huella
pero no supimos
o no quisimos -por muchas razones- y la historia, siempre
aleccionadora, nos puso donde estamos.
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