Claro que la historia guarda memorias
más "crueles": trincheras heladas, casas
de madera precaria, chozas de nómades perdidos
en las estepas rusas. Escenarios donde el frío
no era un recreo, sino un enemigo. Hombres y animales
comparten, desde siempre, los azotes de la naturaleza.
Oscurece temprano. Arrastramos recursos
-según posibilidades- puertas adentro: leña,
combustible, alimentos
y, si fuera posible, algo
de recreación. Hubo un tiempo en que la noche se
hacía larga, penumbrosa, triste y sumamente aburrida.
El único entretenimiento podía ser el chisporroteo
de la leña, la estática de una radio lejana
o las historias que los mayores repetían cada invierno.
Afuera, el frío mandaba; adentro, el tiempo se
estiraba.
Hoy, las pantallas y la luz eléctrica
han domesticado parte de esa oscuridad. Pero el frío
sigue recordándonos que, más allá
del confort moderno, seguimos siendo aquellos seres que,
desde siempre, buscan en el calor -del fuego o de otros-
una razón para esperar la primavera.
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