Argentina fue el único país
en la ONU en votar contra dos resoluciones clave: una
para eliminar la violencia digital contra las mujeres
y niñas, y otra sobre los derechos de los pueblos
indígenas. En su primer voto en la Asamblea General
bajo la cancillería de Gerardo Werthein, el gobierno
de Javier Milei marcó su disidencia en temas de
género y derechos de comunidades originarias, dejando
a Argentina en una posición aislada frente a una
mayoría de 170 países a favor.
Mientras el equipo de Milei se encontraba en Palm Beach
en diálogo con el presidente electo Donald Trump,
Argentina se apartaba de sus aliados naturales, como EE.UU.
e Israel, y se unía a un puñado de abstenciones
de países conocidos por su hermetismo en derechos
humanos. La votación fue impulsada por Francia
y Países Bajos y buscaba fortalecer medidas contra
la violencia digital de género, un tema que la
ONU renueva cada año con enfoques específicos.
El rechazo también se extendió a una resolución
de apoyo a los derechos de los pueblos indígenas,
respaldada por 168 países. En un argumento ambiguo,
la representante argentina, Andrea Repetti, sostuvo que
ciertos términos en el documento podrían
entrar en conflicto con derechos humanos básicos,
particularmente de mujeres y niñas.
Además, las señales del gobierno en el ámbito
multilateral no se limitan a la ONU. La delegación
argentina abandonó la COP 29 en Bakú, Azerbaiyán,
dejando de lado compromisos de lucha contra el cambio
climático, y se espera una posición incierta
en la próxima cumbre del G20 en Brasil.
Desde su asunción, Milei ha criticado duramente
el multilateralismo y desafiado el "consenso internacional".
Su postura, alineada a una visión libertaria ultraconservadora,
busca disociarse de la Agenda 2030 y de los pactos de
sostenibilidad global, aun cuando esto pueda aislar a
Argentina en temas de importancia crítica. Este
enfoque no sólo reduce las oportunidades de cooperación
internacional, sino que también podría impactar
en la posición de Argentina en la escena global.
En un mundo cada vez más
interconectado, donde los derechos de género, las
identidades culturales y el cambio climático dominan
las agendas de desarrollo, la decisión de Argentina
de desligarse de consensos globales genera incertidumbre.
Esta postura, si bien responde a una narrativa de autonomía
soberana, parece ignorar que la verdadera fortaleza de
una nación moderna se basa no sólo en preservar
sus principios, sino en hacerlo en diálogo con
el mundo.
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