Un camión vuelca en la autopista.
Doscientas personas -padres, madres, ancianos y niños-
se abalanzan sobre las papas como si fueran lingotes de
oro. "Tenemos que esperar que vuelque un camión
para poder comer", dice un vecino con amarga lucidez.
Esa escena, tan brutal como cotidiana, resume un país
quebrado. Donde se vive de lo que sobra, se sobrevive
como se puede y se sufre en silencio.
Mientras tanto, los dirigentes afinan
estructuras, negocian internas, juegan al ajedrez de los
territorios, reparten promesas en forma de cargos y futuros
ficticios. En paralelo, se propone declarar feriado el
día de la muerte del Papa Francisco. Se habla de
honrar su lucha por los pobres... pero en las calles la
pobreza crece y se disfraza con estadísticas. La
desigualdad no es solo económica: es simbólica,
moral y estructural.
La inseguridad ya no es sensación:
es rutina. Policías caídos, choferes golpeados,
barrios sitiados por el miedo y el narcomenudeo. La educación
pública se desangra en huelgas y edificios precarios,
mientras se libra otra batalla: la de los egos y las listas.
La política, lejos de ordenar, desordena.
En la Provincia de Buenos Aires, la interna
peronista es un campo de batalla sin tregua. Kicillof
y Cristina Kirchner juegan una partida de ruptura sin
PASO, sin red y sin ciudadanía. Las candidaturas
se gestan en cenas reservadas y actos de liturgia, mientras
millones viven con menos de una canasta básica
y tres jubilaciones no alcanzan para no ser indigente.
Nadie se sonroja. Nadie baja la voz.
Desde la vereda opuesta, el oficialismo
nacional sostiene su relato de "libertad" apelando
al odio como combustible. La campaña es un ring
verbal en el que la palabra "casta" se ha convertido
en comodín para deslegitimar todo. Incluso a quienes
ejercen el derecho a preguntar. El periodismo crítico
molesta.
Porque en este nuevo orden, el que no adula, estorba.
Y mientras los dirigentes miden encuestas, las prioridades
de la gente siguen postergadas: comida, seguridad, salud,
educación, trabajo. Nada menos.
La casa no está en orden. Y mamá
no colabora.
La política debería ser el arte de escuchar,
comprender y actuar en consecuencia. Hoy parece un espejo
roto que ya no devuelve reflejos, sino esquirlas. Y los
que sangran no son ellos.
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