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La noche
que no dormí
La conquista de la luna: Una imagen que
cuelga del cielo
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Cuando el hombre puso el pie, por
primera vez en la luna, no solo realizó la hazaña
más grande de la historia, sino que al mismo
tiempo nos confirmó como real algo que, hasta
minutos antes y por miles de años, solo fue una
imagen que colgaba del cielo.
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18 de julio de 2024
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Fuente del contenido
| @jorgecarusso para @escobarsite
Publicado en: Julio 20-2019
El miércoles 16 de julio
a las 9:32 horas de Argentina, toda la atención del
mundo estaba puesta en Cabo Kennedy. Se encendieron los
poderosos motores del Saturno V, ese monstruo de fuego de
111 metros de largo y casi 3000 toneladas de peso, que permitiría
poner en órbita a los tres viajeros y a los módulos
necesarios para ir, alunizar y volver de la luna. Así
se inicia la gran conquista del hombre. Un millón
de personas fueron testigo presencial y gran parte del planeta
lo vio en TV. Aún hoy sigue siendo una hazaña.
Unos días después, el domingo 20 de julio
de 1969, pegado al televisor con toda mi familia - al igual
que mis vecinos y gran parte del mundo - pude ver al Águila
alunizar. A las 22:56 con 20 segundos, Neil Armstrong puso
su pie en la luna. Lo siguió Edwin Aldrin a las 23:15
y, a 100 km por encima, Michael Collins giraba en espera
del rescate. Luego me llevé la Spica a la cama y
seguí la transmisión toda la noche. Solo el
Roger Beep al soltar el pulsador daba una ficticia sensación
de conversación; lo demás era una mezcla de
estática, modulación empastada y ruidos espaciales
- como gorgojeos - que lejos de desanimarme, aumentaban
mi fantasía.
Aunque las transmisiones no tuvieron en cuenta el lado pobre
del planeta, Argentina pudo hacer uso de las flamantes antenas
de Balcarce - aun no inauguradas - para captar la transmisión
en vivo del alunizaje, pero no las del despegue.
"Primero fue un sueño, luego un hombre en el
espacio. Un ser humano que abandona el confort de su casa
para adentrarse en lo desconocido. Después vinieron
los paseos espaciales atados a un cordón umbilical
artificial que lo mantiene con vida. Más tarde vinieron
los acoplamientos, ensayos y cálculos complejos.
Sin olvidar los accidentes fatales y las mascotas sacrificadas.
Y por último llegó el día en que el
sueño se hizo realidad, empujado por toda la especie
humana que se sintió partícipe de una hazaña
que comenzó con Julio Verne y culminó con
la pisada de Armstrong en suelo lunar".
Mandatarios, artistas y personalidades varias se hicieron
eco de tamaño logro con sentidos mensajes tanto para
los astronautas como para el mundo todo. El Papa, que siguió
el acontecimiento desde su despacho, elogió el coraje
de los exploradores. Salvador Dalí observó:
"Es significativo que en el momento que la humanidad
ha descendido al nivel más bajo de la historia, la
tecnología llega a su punto culminante". En
retrospectiva, fue interesante recordar el mensaje del presidente
de facto Juan Carlos Onganía (1966-1970) que podría
sorprender a cualquier lector desprevenido que desconociese
su origen.
Apagué la Spica y me dormí para ser parte
del sueño, y hoy desperté en el futuro un
tanto defraudado.
La frontera final que tanto pregonaba "Viaje a las
estrellas" se hace rogar, y el derrame de la tecnología
espacial se limitó no mucho más que al teflón
del sartén. Después de 50 años, lejos
de volar, los autos siguen atados al cemento y al petróleo,
y los domos que cubren las ciudades no son de vidrio, sino
de smog y desigualdades.
Con el pasar del tiempo, la luna volvió
a ser para las nuevas generaciones, esa cosa que cuelga
del cielo.
Hoy, sin la Spica en el oído
pero inmerso en un todopoderoso WIFI que todo lo sabe, pienso
en las palabras de Dalí y me lo imagino declarando:
"Es significativo que después de 50 años,
la humanidad sigue estancada viviendo de sus logros del
pasado". Me convenzo solo de que el hombre viene de
las estrellas y que por eso quiere volver a ellas. Hago
mías las palabras de Wayne Dyer que "el cielo
es el límite", pero por otra parte, me asusta
el recuerdo de cómo terminaron todos los conquistadores
que quisieron tener más territorios de los que pudieron
alambrar.
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