Durante
la Guerra del Golfo, un convoy del ejército de
los EEUU de América se adentraba en lo profundo
del territorio enemigo protegido en su recorrido por avanzadas
que cubrían puntos estratégicos del camino.
Un
francotirador advierte un joven en un puente que portaba
un lanza cohetes con intenciones evidentes de atentar
contra las tropas cuando estuvieran a su alcance.
En
esta contienda bélica se desplegaron -por primera
vez- todos los chiches tecnológicos que la milicia
disponía y como si fuera poco, el mundo lo pudo
ver a tiempo real.
El
uniformado a cargo de la avanzada, al enterarse de la
novedad, le ordena al francotirador que dispare contra
el objetivo - todo eso vía comunicación
radial y a kilómetros de distancia- y detiene el
convoy.
Un
francotirador es reclutado por sus cualidades especiales.
Es un soldado psicológicamente estable, con buen
estado físico y dispuesto a estar apostado en terreno
hostil el tiempo necesario para cumplir su objetivo.
Cuando
le llega la autorización para suprimir la amenaza,
el soldado advierte por la mira de su fusil, que el atacante
era un niño que no superaba los diez años.
Ante este nuevo panorama - con el tirador pidiendo garantías,
el convoy detenido y todo lo que se puedan imaginar -
el oficial a cargo de la patrulla llama al centro de operaciones.
Tengamos
en cuenta que un objetivo militar y uno civil comparten
el fin pero difieren ampliamente en los medios.
Durante la segunda guerra mundial, un pueblito italiano
estaba siendo bombardeado por los aliados con el fin de
destruir un puente e impedir el avance de los alemanes.
Con el pasar de los días, las bombas iban destruyendo
parte del pintoresco poblado pero el puente seguía
en su logar. Los lugareños tomaron la decisión
de dinamitarlo para que los miliares tengan su objetivo
cumplido y ellos un poco de paz alterada por la falta
de puntería de los aviadores.
Volvemos al desierto.
La discusión sobre el particular estaba estancada
ahora en otra locación y bajo el calor del desierto,
la tropa detenida esperaba que una simple bala les permitiera
seguir su recorrido.
Decididos
a dar un corte definitivo al tema y dispuestos a que alguien
se "haga cargo", el alto mando llama a una jueza
norteamericana con el fin de pedir autorización
para disparar al menor que ponía en riesgo la vida
de los soldados.
Después
de escuchar minuciosamente la argumentación del
militar, la jueza tomó la palabra y en forma enérgica
le respondió al uniformado: "Si
quieren disparar, disparen. En una guerra las cosas no
cambian. No dejan de estar mal o de ser moralmente objetables,
solo no son penalizadas. Yo no los mande a pelear. Ustedes
están bajo sus propios códigos. Háganse
cargo". Y colgó.
No
sé qué habrá sido del destino del
niño afgano sobre el puente. Tampoco sé
cuánto de cierto tiene este relato que según
fuentes verbales está en un archivo clasificado
a resguardo de los hombres y mujeres de a pie, pero igual
me sirve.
El
objetivo político es al bienestar social como el
objetivo militar es al civil. Arrancan juntos y terminan
separados en malos términos.
Bajo el paraguas de la guerra, por una muerte uno puede
recibir una medalla, pero fuera de ella será juzgado
y posiblemente condenado.
Sin llegar al teatro de operaciones, donde todo puede
pasar, acá afuera, se acostumbraron a "copiar"
metodologías bélicas para obtener resultados
estruendosos y en lo posible "no ser penalizados".
De ahí sale: "contienda electoral", "la
madre de las batallas", "las líneas enemigas",
"El bunker", y muchas más.
Cada
vez que escucho la pirotecnia verbal en épocas
de elecciones me siento un niño afgano en el medio
del desierto a merced de la impunidad de los francotiradores.
Me parece escuchar a la jueza norteamericana diciendo:
"Estúpidos, es una guerra, no me hagan
cómplice, disparen pero yo no les voy a ayudar
a ocultar el cadáver"
Cuando el juego termine y todas las cartas estén
dadas vuelta, ganadores y perdedores por igual volverán
a replegarse como si nada hubiera pasado. Las palabras
bastardeadas quedaran en el aire como vainas servidas-
"Genocida", "Dictador", "Nazi",
"Tiene las manos manchadas de sangre", "Ladrón",
"Tomo de la mala", etc., etc. - y aunque me
digan que es solo una guerra les digo que no soy soldado
ni objetivo de nadie.
Tarde
o temprano el viento del desierto - o el tiempo- pondrá
todo al descubierto y la impunidad del francotirador habrá
terminado. El niño Afgano quedará a la vista
de todos, tendido sobre las promesas incumplidas y la
indiferencia de los que no pudimos detener el convoy.
"Si quieren disparar, disparen.
En una guerra las cosas no cambian. No dejan de estar
mal o de ser moralmente objetables, solo no son penalizadas.
Yo no los mande a pelear. Ustedes están bajo sus
propios códigos. Háganse cargo".
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