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El Francotirador

Cuando la guerra justifica los excesos



12 de febrero de 2023
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por @jorgecarusso para @escobarsite


Durante la Guerra del Golfo, un convoy del ejército de los EEUU de América se adentraba en lo profundo del territorio enemigo protegido en su recorrido por avanzadas que cubrían puntos estratégicos del camino.

Un francotirador advierte un joven en un puente que portaba un lanza cohetes con intenciones evidentes de atentar contra las tropas cuando estuvieran a su alcance.

En esta contienda bélica se desplegaron -por primera vez- todos los chiches tecnológicos que la milicia disponía y como si fuera poco, el mundo lo pudo ver a tiempo real.

El uniformado a cargo de la avanzada, al enterarse de la novedad, le ordena al francotirador que dispare contra el objetivo - todo eso vía comunicación radial y a kilómetros de distancia- y detiene el convoy.

Un francotirador es reclutado por sus cualidades especiales. Es un soldado psicológicamente estable, con buen estado físico y dispuesto a estar apostado en terreno hostil el tiempo necesario para cumplir su objetivo.

Cuando le llega la autorización para suprimir la amenaza, el soldado advierte por la mira de su fusil, que el atacante era un niño que no superaba los diez años.
Ante este nuevo panorama - con el tirador pidiendo garantías, el convoy detenido y todo lo que se puedan imaginar - el oficial a cargo de la patrulla llama al centro de operaciones.

Tengamos en cuenta que un objetivo militar y uno civil comparten el fin pero difieren ampliamente en los medios.
Durante la segunda guerra mundial, un pueblito italiano estaba siendo bombardeado por los aliados con el fin de destruir un puente e impedir el avance de los alemanes.
Con el pasar de los días, las bombas iban destruyendo parte del pintoresco poblado pero el puente seguía en su logar. Los lugareños tomaron la decisión de dinamitarlo para que los miliares tengan su objetivo cumplido y ellos un poco de paz alterada por la falta de puntería de los aviadores.

Volvemos al desierto.

La discusión sobre el particular estaba estancada ahora en otra locación y bajo el calor del desierto, la tropa detenida esperaba que una simple bala les permitiera seguir su recorrido.

Decididos a dar un corte definitivo al tema y dispuestos a que alguien se "haga cargo", el alto mando llama a una jueza norteamericana con el fin de pedir autorización para disparar al menor que ponía en riesgo la vida de los soldados.

Después de escuchar minuciosamente la argumentación del militar, la jueza tomó la palabra y en forma enérgica le respondió al uniformado: "Si quieren disparar, disparen. En una guerra las cosas no cambian. No dejan de estar mal o de ser moralmente objetables, solo no son penalizadas. Yo no los mande a pelear. Ustedes están bajo sus propios códigos. Háganse cargo". Y colgó.

No sé qué habrá sido del destino del niño afgano sobre el puente. Tampoco sé cuánto de cierto tiene este relato que según fuentes verbales está en un archivo clasificado a resguardo de los hombres y mujeres de a pie, pero igual me sirve.


El objetivo político es al bienestar social como el objetivo militar es al civil. Arrancan juntos y terminan separados en malos términos.



Bajo el paraguas de la guerra, por una muerte uno puede recibir una medalla, pero fuera de ella será juzgado y posiblemente condenado.
Sin llegar al teatro de operaciones, donde todo puede pasar, acá afuera, se acostumbraron a "copiar" metodologías bélicas para obtener resultados estruendosos y en lo posible "no ser penalizados". De ahí sale: "contienda electoral", "la madre de las batallas", "las líneas enemigas", "El bunker", y muchas más.

Cada vez que escucho la pirotecnia verbal en épocas de elecciones me siento un niño afgano en el medio del desierto a merced de la impunidad de los francotiradores.

Me parece escuchar a la jueza norteamericana diciendo: "Estúpidos, es una guerra, no me hagan cómplice, disparen pero yo no les voy a ayudar a ocultar el cadáver"

Cuando el juego termine y todas las cartas estén dadas vuelta, ganadores y perdedores por igual volverán a replegarse como si nada hubiera pasado. Las palabras bastardeadas quedaran en el aire como vainas servidas- "Genocida", "Dictador", "Nazi", "Tiene las manos manchadas de sangre", "Ladrón", "Tomo de la mala", etc., etc. - y aunque me digan que es solo una guerra les digo que no soy soldado ni objetivo de nadie.

Tarde o temprano el viento del desierto - o el tiempo- pondrá todo al descubierto y la impunidad del francotirador habrá terminado. El niño Afgano quedará a la vista de todos, tendido sobre las promesas incumplidas y la indiferencia de los que no pudimos detener el convoy.

"Si quieren disparar, disparen. En una guerra las cosas no cambian. No dejan de estar mal o de ser moralmente objetables, solo no son penalizadas. Yo no los mande a pelear. Ustedes están bajo sus propios códigos. Háganse cargo".



 



 

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