El
mundo asiste con asombro a la primera guerra de la posverdad,
iniciada impúdicamente por uno de sus paladines,
que viene justificando sus atropellos desde un conglomerado
de medios creado casi al tiempo en que el conflicto con
Ucrania empezara. Las grandes guerras del siglo pasado
se gestaron junto con los medios masivos y las teorías
de la hegemonía ideológica. La guerra de
la posverdad está experimentando con las plataformas
y la falta de certezas.
Paradójicamente,
las mismas redes que propician la circulación de
desinformación son también el lugar donde
la vieja propaganda sería rápidamente detectable.
Por eso mismo el sistema de la posverdad requiere de una
mayor sofisticación. Su poder no está tanto
en la manipulación directa sino en la desconfianza
generalizada que cultiva la proliferación de versiones.
Los sistemas de desinformación suelen legitimarse
como la solución a la desinformación, al
a) presentarse como la versión alternativa, b)
que viene a develar algo que alguien quiere mantener oculto,
c) aprovechando alguna evidencia pequeña para desarrollar
un gran engaño.
Medios alternativos
El
desarrollo de un medio «alternativo» se apoya
en la idea de las dos campanas, tan afín a la polarización
de la época como falaz teóricamente. Su
premisa es que el contraste de visiones de una noticia
enriquece la perspectiva. Esto habilitó a muchos
gobiernos a financiar medios gubernamentales con el justificativo
de brindar versiones oficiales para desmentir las que
publica la prensa tradicional. Montados en el prestigio
de los verificadores, se arrogaron la potestad de chequear
al periodismo a través de fact-checkers oficialistas.
La falacia de ese supuesto es que el balance entre una
noticia veraz y una falsa no es la verdad promedio, sino
una verdad a medias.
La
agencia de noticias que sirve de fachada para la oficina
de prensa gubernamental, adopta las formas de un agencia
de noticias internacional: distribución en la mayor
cantidad de países, corresponsales locales para
escribir variedades con que camuflan los partes oficiales,
y opiniones de analistas que dan legitimidad a lo informado.
Sin embargo, la diferencia con medios de derecho público
como la BBC o la DW es que estos son entes de gestión
autónoma con consejos ciudadanos y rendición
de cuentas, mientras que los medios institucionales dependen
financiera y políticamente de los gobiernos. Así
lo aclara Twitter en las cuentas pertenecientes al sistema
ruso.
No
lo hacía en 2014, cuando la señal RT se
empezó a emitir en el sistema de la Televisión
Digital Argentina. Ni era un condicionamiento para la
entonces presidente por segunda vez (y actual vicepresidente),
que dijo de la iniciativa: «Es multilateralismo
en serio, es pluralidad en serio y diversidad» porque,
a su criterio, se trataba «no solo de escuchar una
sola campana, sino todas las campanas para elaborar la
propia opinión». La paradoja es que la supuesta
pluralidad se postula desde una posición monolítica
que descalifica sino persigue cualquier versión
que contradiga la campana oficial.
Al
alimentar la polarización, la posverdad es funcional
al populismo. Estas serían las tres P en que se
apoyan las autocracias, según Moises Naim analiza
en su último libro La revancha de los poderosos.
«Así como las seudociencias se apropian de
las formas externas a las ciencias para pervertirlas,
la seudoley toma prestado el aspecto del principio de
legalidad para vaciarlo de contenido».
La
misma operación aplica a los seudomedios al servicio
de un gobierno. Estos buscan remedar los medios de servicio
público, con poca credibilidad en particular, pero
muy efectivos a la hora de relativizar la información
en general. En la etimología de ?e?d? está
la idea de impostación, de como si. Naim cita a
Hannah Arendt para recordar que «el objeto ideal
de la dominación totalitaria no es el nazi convencido
o el comunista convencido, sino las personas para quienes
ya no existen la distinción entre el hecho y la
ficción [
] y la distinción entre lo
verdadero y lo falso».
A
la operación de verosimilitud le basta un hecho
aislado para presentar una versión descabellada
que justifica su rareza en que se trata de una revelación.
Así reza la cuenta de la agencia Sputnik: «We
exist to tell the stories that arent being told».
El artificio se perfecciona agitando la sospecha de conspiraciones
que obstaculizan la realización de grandes causas.
Como la «Operación para limpiar Ucrania de
nazis» con que el Kremlin venía justificando
su invasión, como menciona el libro de Naim. Y
que apareció como una de las noticias de esa agencia
rusa el 22 de febrero fatídico.
El
sistema de propaganda de estos tiempos de escepticismo
generalizado sabe que la manipulación simbólica
a través de medios es improbable. La hipótesis
de manipulación por medios y mensajes ya había
sido refutada a mediados de siglo XX, cuando las teorías
de la comunicación asumieron los efectos moderados,
si no difusos, de la comunicación. Sin negar la
importancia de las campañas de comunicación
en la estrategia política, quedó demostrado
que su efectividad está supeditada al concurso
de otros factores coercitivos como el ejercicio de la
fuerza, la coacción o, simplemente, la naturaleza
de las circunstancias.
Rol del relativismo
Hacia
el final del siglo, el posmodernismo teorizó la
imposibilidad de certezas y legitimó el relativismo
al punto que fue confundido con pensamiento crítico.
La consecuencia es el escepticismo generalizado que intoxica
incluso a las democracias más consolidadas. Lejos
de la duda razonable que lleva al conocimiento, sus cultores
esparcieron el veneno de la desconfianza generalizada.
Allí se gestó esta guerra de la era de la
posverdad.
La
paradoja es que en la misma entropía del sistema
está su contrapeso. La desinformación se
confirma como una mínima parte de una abrumadora
mayoría de información que ya no es un privilegio
de medios o de gobiernos. La información que llega
directamente desde Ucrania confirma que los ciudadanos
como cronistas de guerra inmediatos perforan las burbujas
de las elites informadas y van más rápido
que los corresponsales. Años de construcción
de una red oficial rusa se muestra limitada frente a la
agilidad de los microvideos que se popularizaron durante
la pandemia. Y que, a pesar de su juventud (o quizás
por eso), antes había burlado a Trump y ahora expone
al mundo en videos de segundos la crueldad de Putin y
desmorona la moral interna.
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