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El peso de la culpa

La Otra Orilla

"Descubre el poder de soltar las cargas del pasado y abrazar el presente en 'La Otra Orilla', una historia que desafía el tiempo y despierta la conciencia sobre las decisiones que moldean nuestro destino. Sumérgete en esta reflexión sobre la liberación y el significado de vivir plenamente cada instante."

16 de febrero de 2024

Exclusivo suscriptores | por @jorgecarusso

En oriente, los maestros se eligen y si ellos lo aceptan, el discípulo pasará parte de su vida junto a él para aprender lo máximo posible, porque él es la escuela. Elegir el maestro adecuado es la decisión suprema.

Cuenta la historia que maestro y discípulo recorrían un largo trayecto mientras compartían largas discusiones sobre complicados temas filosóficos. Cuando llegan a la orilla de un río, se encuentran con una bella jovencita que esperaba a que alguien la ayudara a cruzar.

La joven le pregunta al discípulo si la podía cargar hasta el otro lado. Este, entre asustado y confundido, se disculpa diciendo que no puede porque es un monje y no estaría bien visto si lo hiciera. El maestro, atento a lo que ocurría, se ofrece a cargar a la bella dama por las aguas torrentosas. Termina de pasar y al llegar a tierra seca, la descarga y todos prosiguen su ruta.

Después de un largo rato, el discípulo no pudo más y le pregunta:

-¿Maestro, hizo bien en cargar a esa bella mujer?

El maestro, sin inmutar y ni siquiera girar la cabeza, le contesta con una pregunta.
-¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo con respecto a la bella mujer?
-¡No! - exclama el joven.

-Es que yo, cuando llegué a la orilla, la descargué y tú todavía la llevas encima.

Todos los días subo tanto mujeres como hombres para ayudarlos a cruzar el río. Así como los subo, los bajo cuidadosamente en la otra orilla sin problema alguno. Sin preocuparme si me vieron cuando los subí o si me vieron cuando los bajé. Y como todos saben, estoy lejos de ser un maestro en algo.

Pero la sociedad no te perdona. No lo hizo, no lo hace y, por más esfuerzos que hagan masas numerosas de desconformes, no lo hará nunca. Vivimos atrapados en nuestra mente con los barrotes que ayudamos a colocar a nuestros propios captores. Cautivos, estúpidos y totalmente convencidos vivimos girando alrededor de nuestros propios miedos, a tal punto que pedimos disculpas cuando tocamos a alguien sin querer en el colectivo.

Distamos mucho de la iluminación del maestro para darnos el maravilloso gusto de vivir nuestra vida y no la de los demás. Lo peor de todo es que nunca alcanzaremos al maestro y, más aún, en la medida que tratamos de hacerlo, la vida se nos escapa vertiginosamente, la diferencia se mantiene igual y perdemos momentos maravillosos que jamás se repetirán.

Así como nos preocupamos de la comida de nuestro cuerpo, de la misma manera el espíritu espera y necesita esa alimentación que le permita seguir su existencia con el equilibrio necesario para llegar, con su envase, a buen término. No pide mucho, tampoco son cosas caras. Las podemos conseguir en cualquier lugar, en cualquier momento y la sobredosis no es fatal. Podemos alucinar pero no es dañino, aunque sí puede ser adictivo.

En una de esas, ya es el momento de vivir el lado prohibido de la vida. ¿Por qué no decir que extrañamos a alguien que hace un tiempo que no la veíamos? ¿Por qué no ir del brazo o tomados del hombro por la calle con un amigo o amiga? ¿Por qué no decirle a alguien que se ve bien, que esa ropa le queda muy elegante o que le favorece el peinado? ¿Por qué no llevar flores a las personas que comparten nuestra existencia sin esperar un acontecimiento especial? ¿Por qué no decir que queremos a alguien, como si eso no implicara nada más ni nada menos que sentir que nos importa?.

Quizás nunca seamos maestros para poder darnos esos maravillosos gustos que nos da la sabiduría, pero desde nuestra vasta y espaciosa ignorancia podemos permitirnos comenzar a tomar adelantos. Porque hacernos los duros, si somos tan blandos y vulnerables como los caracoles que pisamos diariamente en nuestro jardín.

Como lo dije antes, todos los días subo tanto mujeres como hombres para ayudarlos a cruzar el río. Así como los subo, los bajo cuidadosamente en la otra orilla sin problema alguno. Sin preocuparme si me vieron cuando los subí o si me vieron cuando los bajé. Si temes que la gente crea que has hecho algo malo, hay algo bueno en lo malo. Si estás ansioso porque la gente sepa que has hecho algo bueno, entonces hay algo malo en lo bueno.

No desperdicies la oportunidad de vivir.




 

 








 


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