En oriente, los maestros se eligen y si
ellos lo aceptan, el discípulo pasará parte
de su vida junto a él para aprender lo máximo
posible, porque él es la escuela. Elegir el maestro
adecuado es la decisión suprema.
Cuenta la historia que maestro y discípulo recorrían
un largo trayecto mientras compartían largas discusiones
sobre complicados temas filosóficos. Cuando llegan
a la orilla de un río, se encuentran con una bella
jovencita que esperaba a que alguien la ayudara a cruzar.
La joven le pregunta al discípulo si la podía
cargar hasta el otro lado. Este, entre asustado y confundido,
se disculpa diciendo que no puede porque es un monje y
no estaría bien visto si lo hiciera. El maestro,
atento a lo que ocurría, se ofrece a cargar a la
bella dama por las aguas torrentosas. Termina de pasar
y al llegar a tierra seca, la descarga y todos prosiguen
su ruta.
Después de un largo rato, el discípulo no
pudo más y le pregunta:
-¿Maestro, hizo bien en cargar a esa bella mujer?
El maestro, sin inmutar y ni siquiera girar la cabeza,
le contesta con una pregunta.
-¿Sabes cuál es la diferencia entre tú
y yo con respecto a la bella mujer?
-¡No! - exclama el joven.
-Es que yo, cuando llegué a la orilla, la descargué
y tú todavía la llevas encima.
Todos los días subo tanto mujeres como hombres
para ayudarlos a cruzar el río. Así como
los subo, los bajo cuidadosamente en la otra orilla sin
problema alguno. Sin preocuparme si me vieron cuando los
subí o si me vieron cuando los bajé. Y como
todos saben, estoy lejos de ser un maestro en algo.
Pero la sociedad no te perdona. No lo hizo, no lo hace
y, por más esfuerzos que hagan masas numerosas
de desconformes, no lo hará nunca. Vivimos atrapados
en nuestra mente con los barrotes que ayudamos a colocar
a nuestros propios captores. Cautivos, estúpidos
y totalmente convencidos vivimos girando alrededor de
nuestros propios miedos, a tal punto que pedimos disculpas
cuando tocamos a alguien sin querer en el colectivo.
Distamos mucho de la iluminación del maestro para
darnos el maravilloso gusto de vivir nuestra vida y no
la de los demás. Lo peor de todo es que nunca alcanzaremos
al maestro y, más aún, en la medida que
tratamos de hacerlo, la vida se nos escapa vertiginosamente,
la diferencia se mantiene igual y perdemos momentos maravillosos
que jamás se repetirán.
Así como nos preocupamos de la comida de nuestro
cuerpo, de la misma manera el espíritu espera y
necesita esa alimentación que le permita seguir
su existencia con el equilibrio necesario para llegar,
con su envase, a buen término. No pide mucho, tampoco
son cosas caras. Las podemos conseguir en cualquier lugar,
en cualquier momento y la sobredosis no es fatal. Podemos
alucinar pero no es dañino, aunque sí puede
ser adictivo.
En una de esas, ya es el momento de vivir el lado prohibido
de la vida. ¿Por qué no decir que extrañamos
a alguien que hace un tiempo que no la veíamos?
¿Por qué no ir del brazo o tomados del hombro
por la calle con un amigo o amiga? ¿Por qué
no decirle a alguien que se ve bien, que esa ropa le queda
muy elegante o que le favorece el peinado? ¿Por
qué no llevar flores a las personas que comparten
nuestra existencia sin esperar un acontecimiento especial?
¿Por qué no decir que queremos a alguien,
como si eso no implicara nada más ni nada menos
que sentir que nos importa?.
Quizás nunca seamos maestros
para poder darnos esos maravillosos gustos que nos da
la sabiduría, pero desde nuestra vasta y espaciosa
ignorancia podemos permitirnos comenzar a tomar adelantos.
Porque hacernos los duros, si somos tan blandos y vulnerables
como los caracoles que pisamos diariamente en nuestro
jardín.
Como lo dije antes, todos los días subo tanto mujeres
como hombres para ayudarlos a cruzar el río. Así
como los subo, los bajo cuidadosamente en la otra orilla
sin problema alguno. Sin preocuparme si me vieron cuando
los subí o si me vieron cuando los bajé.
Si temes que la gente crea que has hecho algo malo, hay
algo bueno en lo malo. Si estás ansioso porque
la gente sepa que has hecho algo bueno, entonces hay algo
malo en lo bueno.
No desperdicies la oportunidad de vivir.
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