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Opinión | Aniversario de la muerte de Evita|

 

Eva Perón - Reconstruyendo el mito


 

26 de julio de 2020



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por @jorgecarusso para @escobarsite


Como puedo hacer una editorial sin caer en el pecado común de nutrirla con pensamientos ajenos. Se dijo tanto de Eva Perón que podríamos llenar bibliotecas enteras. De hecho las hay. Pero me tendría que conformar con la idea de haber elegido el texto adecuado y no terminar con un magro aporte tendencioso o exagerado.

Buscaba un testimonio que me lleve, o intente acercarme, a entender el sentimiento generalizado de la sociedad en los finales de Julio de 1952.
Estamos en el límite de ir perdiendo los testigos, el tiempo se los lleva, como lo hace con todo tarde o temprano y a veces tan rápido que nos olvidamos de preguntarle cosas.
Porque ya no tenemos tiempo, porque la vida es vertiginosa y por muchas excusas más.

Ni siquiera me atrevo a llamarla "Evita", ese nombre estaba reservado para sus seguidores: "Nadie sino mi pueblo me llama Evita", fueron sus palabras.
¿Seré yo parte de su pueblo o solo un atrevido que pretende poner en palabras lo que solo tiene explicación desde lo profundo de la mística ciudadana? Nunca lo sabré y tiene poca importancia, desde Eva hasta hoy el pueblo cambió y cambió en tantas oportunidades como pudo. Lo único que no cambió fue ella.
Se lo que piensa y siente el pueblo de hoy, ese que encontró en Eva la tabla salvadora que lo mantiene a flote en una sociedad plagada de injusticias y calamidades. ¿Y el otro? El que deambulaba las calles de Buenos Aires, sin rumbo, aquel fatídico 26 de Julio de 1952.

Levanté la vista del teclado, buscando el descanso necesario y...fue ahí, que recortada en el haz de luz que entraba por la ventana veo a mi madre.

Con sus casi noventa años a cuesta cargaba sus cansados huesos con el tibio calor del atardecer.
Había encontrado un testigo.

-Vos fuiste al velorio de Evita?
-Si.
-Nunca me lo habías dicho.
-Si te dije... es que vos no me escuchas cuando te hablo.
-Recordás como fue.
-Poco... fuimos con mis compañeras de la fábrica Abraxas, también se coló tu tía Marcela. Las filas eran interminables, mucha gente se desmayaba. Tu tía varias veces.
Había carpas donde te llevaban a tomar algo caliente y descansar un rato sentada, luego volvías a tu lugar.
Cuando llegue me pare frente al féretro y la vi a través del vidrio. Era una "muñeca de porcelana". Podías quedarte el tiempo que querías. Nadie te apuraba, Algunos besaban el vidrio que era limpiado constantemente por un artista de la época.
-Quien?
-No me acuerdo.
-Que más?
-Era alguien muy conocido.
-No importa, contame algo más.
-Que cosa, como se te olvidan los nombres.

La voz de mi madre, empecinada en recordar al artista que limpiaba el vidrio, se entremezclaba con otras voces. Todo se puso en blanco y negro. Una fina lluvia cubría Buenos Aires, enervada por largas colas de gente que serpenteaban sus calles como si fueran las venas de un cuerpo agitado.

"¡Evita a muerto!... El nombre sencillo y tierno con que siempre la designó cariñosamente el pueblo, asume, en estos momentos, la grave resonancia de un lamento funerario que cubre en su extensión el ámbito del país.
La congoja pública se ha convertido en lágrimas. Una vez mas, ese pueblo nuestro, tan profundamente emotivo y cálido, demuestra como saber medir la magnitud de una pérdida cuando ésta adquiere la tremenda significación de lo que no se repara ni se reemplazara y cuya ausencia ni siquiera puede atenuarse en la resignación, el consuelo y el olvido.

La primera noticia se abatió sobre la muchedumbre, que la recibió en silencio, muda expresión del estupor colectivo. Hubo acaso hasta una íntima resistencia a creer en la triste realidad, a rendirse a la dura certidumbre. Se reflejó en la consternación de la gente ese impulso de protesta sorda que experimenta el ser humano cada vez que el destino, ciego e implacable, descarga, sin motivo ni razón, su golpe emboscado. Y el estupor del primer instante sucedió, ante la evidencia de la revelación, una ola de dolor que se ha extendido hasta alcanzar proyecciones inconmensurables.

El pueblo se halla, ahora, presente otra vez en derredor de su ídolo. No entona hoy cantos jubilosos ni profiere los lemas ardientes de su dicha y esperanza, la muchedumbre que acompañó a su Evita en las jornadas triunfales de su vida, en las entusiastas batallas por la justicia, difundiendo en el aire, como un alegre repique, el estribillo del diminutivo cariñoso. Ahora están nuevamente a su lado sus queridos descamisados, los mismos hombres y mujeres que se derramaban por calles y plazas, vasta marejada pacífica y alegre, incontrastable e incontenible en su fervor reivindicatorio, a cuyo frente iluminaba el rumbo esa joven y extraordinaria adalid, erguida en toda la estatura de su fe y de su voluntad inquebrantable, realizada por la gracia fulgurante de su enhiesta belleza como una antorcha encendida consumiéndose en su propia llama.
Esta vez se aglomeran para emprender los tristes y silenciosos desfiles de la despedida suprema, para rezar su dolor y para ofrendar las palmas enlutadas de su sentimiento inconsolable.

Frente a esta desaparición, el pueblo ha empezado a sentir la zozobra de una gran soledad. Evita era parte de él como el pan cotidiano de su alma, el pan que sacia el hambre de justicia de los humildes.

"¡Evita a muerto!... El nombre sencillo y tierno con que siempre la designó cariñosamente el pueblo, asume, en estos momentos, la grave resonancia de un lamento funerario que cubre en su extensión el ámbito del país. (...) "

Era la braza viva de amor y caridad que calienta el corazón aterido de aquellos que no conocieron sino el invierno o el desamparo.
Así la veía y así la sentía el pueblo: casi como a un ser fantástico y muy próximo, un ser conviviente que comparte el pan de la mesa y el lecho del hogar común, entreverado a sus ansias, a sus desengaños y a sus alegrías, Una figura tutelar con la cual todos podían entablar personalmente el coloquio confidencial, o bien cambiar el gran dialogo multitudinario en la plaza pública. Así la veía el pueblo en su humana y familiar dimensión, fuera del marco protocolar y distante impuesto por su alto rango de esposa del presidente de la república, en el comentario vivo y afectuoso del profuso anecdotario que destacaba los rasgos de su singular personalidad: la vehemencia de su temperamento y aun las travesuras que le inspiraban su natural ingenio y la volubilidad inherente a su idiosincrasia femenina. Ese pueblo celebraba en ella el buen gusto con que atendía los menores detalles de su atavió y su exquisito instinto de mujer joven y hermosa.
Pero la gran soledad, sin duda, es la que su ausencia deja en el ánimo del compañero de todas sus horas, con quien la unía no solamente el vínculo del amor y la dichosa convivencia bendecida por Dios, sino también la recíproca consagración a una causa activa de profunda envergadura social y a un ideal común de trascendentales proyecciones.

Era Eva la mujer abnegada y solícita que trae el sosiego y la dulzura a la vida íntima del hogar y simultáneamente, era la camarada constante de su esposo en la gran empresa que ambos se habían impuesto de consumo, plenamente identificados.
En tal designio la esposa del primer mandatario se reservó la parte de la tarea más acorde con la índole de su temperamento, la actividad más afín a su corazón: el auxilio de los humildes, la ayuda a los desamparados, la reparación directa e inmediata de la injusticia. Lo afirmó públicamente en innumerables ocasiones: ella era el puente tendido entre el Presidente y el pueblo, la interprete de las esperanzas, las ansiedades y las alegrías de los hombres mujeres y niños que constituyen la carne viva de la comunidad. Sus obras brotaban del alma, a la sombra de la bandera levantada por su esposo, y sus iniciativas se alimentaban de la férvida admiración y cariño incondicional que sentía por él."


Sentí mi nombre repetido a los gritos. Eso me trajo a la realidad.
Abro los ojos despacio y el color vuelve lentamente y todo lo demás se fue diluyendo como los recuerdos de los viejos.

Quizás no todo.

(...) "¡Fany Navarro... era Fany Navarro la que le limpiaba el vidrio del féretro de Evita!", dijo mi madre mientras se iba hacia el interior de la casa, satisfecha por el logro obtenido.

A los abuelos se les puede olvidar o mezclar los nombres de los nietos, pero nunca se les olvida cuanto los quiere. Eso se almacena en otro lado.

"Quiero vivir eternamente con Perón y con mi gente". La mujer que dijo eso superó largamente sus expectativas.

Necesitó tan solo seis años para ganarse el lugar que la mantendría a resguardo de cualquier contingencia y libre de los estragos del tiempo.


Hoy Evita vive en el corazón de su pueblo.


(Basado en relatos de medios de la época - Publicado en la edición en papel de El Sitio AÑO II - Nº 4 / Julio de 2012)




 

 

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