"Esto también pasará", habrá pensado el nativo americano, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Quizás tendríamos que retroceder cientos de años, lejos de la contaminación contemporánea, para aprender de aquellos a quienes llegamos a llamar "salvajes", nosotros, los tan "civilizados". Ver más que tierra en el suelo que pisamos y más que un simple rostro en aquel que tenemos delante. Compartir nuestras experiencias y riquezas interiores como quien delega lo más preciado de su herencia milenaria.

Cuenta la historia que, hace mucho tiempo, en épocas de grandes convulsiones por proteger o expandir territorios, las familias de los soldados permanecían juntas al cuidado de los gobernantes.
Era una forma de garantizar al guerrero que, pase lo que pase, su tesoro más preciado sería resguardado de cualquier peligro.

Dormían en grandes habitaciones junto a sus pequeños, en improvisados dormitorios y en grandes multitudes.
Una noche, una de esas mujeres, asfixia a su pequeño bebé al presionarlo bajo su cuerpo mientras duerme. Al notar el terrible suceso, decide cambiarle el bebé a la mujer que se encontraba durmiendo al lado de ella.
Cuando esa madre despierta, nota que ese no era su hijo y denuncia a gritos a la mujer contigua, armando un gran alboroto que obliga a intervenir a la guardia real. Los soldados, no pudiendo dar curso al conflicto, deciden llevar a las dos mujeres y al niño ante el rey.

Estas exponen su reclamo y el rey escucha pacientemente, con el bebé en brazos, sin poder descifrar quien de ellas tenía la razón.

Pasado un rato, el monarca exclama: "Visto que las dos parecen tener razón, he decidido cortar el bebé en dos y entregar una mitad a cada una de ustedes".

Una de las madres dice: "Que así sea", en cambio, la otra exclama con fuerza: "No, mi señor, dele usted el niño a la otra madre". El rey sabio dictaminó: "Tuyo es el niño".

A veces no es tan fácil implantar justicia. No todas las veces es repartir en partes iguales. No siempre se determina con claridad quién debe recibir qué. Menos aún se cuenta alguna vez con un gobernante sabio.

Esto también pasará, pero en el mientras tanto, en medio de la tragedia, hay quienes hablan desde la cubierta del Titanic con los salvavidas puestos, y otros escuchan el discurso entre los gritos y el crujir de los metales desde tercera clase y bajo la línea de flotación. Para colmo, los botes los tienen los que chocaron el iceberg. La casta toda ostenta el privilegio de debatir el sexo de los ángeles sin morir de inanición.