En una tarde nublada, el joven Tom, con
apenas veinticinco años, caminaba por el centro
de la ciudad cuando se detuvo frente a un antiguo bar.
A través de la ventana, divisó a un hombre
de mediana edad que lo saludaba. Intrigado, Tom consideró
la posibilidad de cruzar la calle, pero una duda fugaz
lo detuvo y decidió seguir su camino.
Años más tarde, ya en sus treinta años,
Tom volvió a encontrarse frente al mismo bar. Recordó
la experiencia anterior y, al mirar a través de
la ventana, vislumbró al mismo hombre haciendo
señas. Una sensación de déjà
vu lo invadió, pero esta vez decidió continuar
su camino sin detenerse.
El tiempo siguió avanzando y Tom, ahora casi en
la mediana edad, se encontró una vez más
frente al mismo bar en una tarde de otoño. Al mirar
a través de la ventana, vio a un anciano con un
brazo levantado, haciendo señas con insistencia.
La mirada de Tom se encontró con la del hombre
en el interior del bar, como si hubiera una conexión
invisible entre ellos.
Decidido a descubrir el significado detrás de estas
misteriosas señas, Tom se dispuso a entrar al bar.
Sin embargo, antes de que pudiera dar un solo paso, un
hombre corrió hacia él desde el otro lado
de la calle y lo empujó hacia atrás justo
a tiempo para evitar que fuera atropellado por un auto
que pasaba a gran velocidad. Tom cayó al suelo,
aturdido pero ileso, con el corazón latiendo desbocado
por la experiencia cercana a la muerte.
Mientras se recuperaba del susto, Tom reflexionó
sobre las señales que había visto a lo largo
de los años en ese bar. Comprendió que no
eran simples coincidencias, sino una serie de advertencias
enviadas a través del tiempo para salvarlo de un
destino trágico. ¿Acaso aquellos que le
hacían señas en el bar eran versiones futuras
de sí mismo, tratando desesperadamente de comunicarle
un mensaje vital?
Repuesto del susto, ya del otro lado de la calzada, por
fin Tom ingresa al bar.
- Buen día señor Paris - Le dice el mozo.
- Buen día Alexander - responde Tom con la confianza
que dan los años.
- Lo de siempre?
- Si claro, y tráeme un diario por favor.
Tom se sienta en la mesa de la ventana, en la misma mesa
que se sentó siempre. Casi toda su vida.
Mira a través del vidrio y del otro lado de la
calle, casi al borde del cordón hay un jovencito
de unos veinticinco años. Levanta la mano, lo saluda.
El joven no respondió y continuó su camino,
ajeno a la intrincada red de coincidencias y advertencias
que se tejían a su alrededor.
Terminó su café en
el bar vacío, con una sensación de alivio
y gratitud por estar del otro lado de la calle, evitando
así el destino que le esperaba en ese peligroso
cruce.
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